Ahora que con motivo de la protesta por el asesinato de Miguel Ángel Blanco ha quedado sobradamente demostrada la amplia capacidad de movilización en favor de los derechos humanos que tiene la población de este país, parece llegado el momento de proponer a nuestra opinión pública otras metas, no por diferentes menos nobles y urgentes.
Las posibilidades son casi infinitas.
Sin ir más lejos: aquí, a pocos kilómetros de donde escribo, al otro lado de este hermoso valle que sestea bajo mi ventana, adormecido por el sol de julio, en la bella población de La Vila Joiosa, algo al norte de Alicante, detuvieron hace tres días un camión en el que unos desaprensivos transportaban, en un cochambroso doble fondo, una veintena de inmigrantes traídos desde Palestina, Egipto y Argelia. No tenían ni un duro encima: habían vendido todas sus pertenencias para costearse ese viaje infernal hacia la opulenta Europa. Ahora volverán gratis a casa.
Doy por hecho que si todavía no ha habido ni una sola manifestación para protestar por esta situación, si aún nadie se ha declarado en huelga de hambre para denunciar no ya el tráfico ilegal de inmigrantes sino la desgarrada realidad social que le sirve de base, es porque el dato -ocupados como estaban los medios de comunicación en otras empresas- no ha sido suficientemente conocido, pero que, en cuanto se sepa, las calles se llenarán de miles y miles de españoles que clamarán contra ese horror, que exigirán una nueva relación Norte-Sur, que demandarán una política de inmigración solidaria, que se declararán avergonzados por el hecho de que el Gobierno de España no haya cumplido con el pacto que firmó en Río hace años, comprometiéndose a dedicar el 0,7% de su PIB a proyectos de cooperación con el Tercer Mundo. Todos alzarán entonces al cielo sus manos, millares de racimos solidarios, para demostrar que las tienen -que las tenemos- perfectamente limpias.
Será muy hermoso.
Ya nada será como fue. Porque ahora somos cientos de miles, somos millones y millones los que compartimos el común sentimiento de que la dignidad humana es un valor supremo.
Tengo entendido que en Madrid se están organizando patrullas ciudadanas espontáneas para descubrir los talleres clandestinos en los que las mafias chinas tienen secuestrados a cientos de compatriotas suyos en zulos textiles, y que montones de jóvenes recorren las carreteras para liberar a las chavalas angoleñas, brasileñas y centroamericanas forzadas a la prostitución por cuenta ajena.
¡Tantos años pensando que éramos cuatro gatos los que nos revelábamos contra la injusticia, los que no tolerábamos la tortura, los que no aceptábamos la insolidaridad! ¡Qué error, qué gran error mi desconfianza, mi misantropía, mi asco por los políticos profesionales y por la miserable naturaleza humana de la que se aprovechan!
Javier Ortiz. El Mundo (21 de julio de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de julio de 2011.
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Escrito por: leo.2011/07/22 13:03:13.188000 GMT+2