Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán: «De veras, Javier, que no te entiendo», me dice. «Tú, que no paras de defender la negociación del Gobierno con ETA, criticas de manera implacable que el PSOE y el PCE pactaran con Adolfo Suárez los términos de la Transición. ¿En qué quedamos? ¿Te parece correcto que se negocie o lo consideras un error?».
«Vayamos por partes, Gervasio», le respondo. «En primer lugar, yo no defiendo que el Gobierno negocie con ETA lo que sea y como sea. Propugno que lo haga cuando ETA esté dispuesta a tratar sobre las condiciones de su autodisolución. Mientras no acepte que debe desaparecer del mapa, no hay nada que negociar con ella. Segundo punto: yo no habría tenido ningún inconveniente en que se negociara con los franquistas las condiciones de su alejamiento definitivo de la vida política. Habría aceptado de buen grado que se les hiciera concesiones de importancia. Por ejemplo: no perseguirlos por los muchos crímenes que habían cometido y por lo mucho que habían robado. Pero no fue eso lo que se negoció, sino todo lo contrario.»
Me da que Gervasio no me entiende. Y sin embargo no es tan complicado.
Lo malo del pacto -en parte explícito, en parte implícito- en el que se basó la Transición fue que sirvió para que no sólo muchos franquistas, sino también estructuras clave del régimen de Franco (la Monarquía restaurada, las Fuerzas Armadas, la Policía política, buena parte del aparato judicial y del alto funcionariado, los burócratas de su agit-prop y un largo etcétera) siguieran en su sitio y mandando. Lo cual ha tenido consecuencias tan diversas como graves.
Una cosa es tender un puente de plata al enemigo que huye y otra, muy distinta, comprarle un trono para que se quede, se siente en él y dicte a la sociedad lo que puede hacer y lo que no. Esto último es lo que aceptaron los principales partidos de la oposición democrática a la hora de la Transición. Herederos de Esaú, vendieron el derecho a hacer justicia a cambio del plato de lentejas de su legalización inmediata.
Para incoherencia, la de quienes no paran de decir maravillas de la Transición y, a la vez, consideran intolerable que se hable de la posibilidad de negociar con ETA. Es decir: les parece estupendo e incluso ejemplar que se aceptara que prosiguieran sus carreras políticas y continuaran con sus negocios, muchas veces basados en el expolio, quienes habían atenazado y sangrado al pueblo durante 40 años, pero se echan las manos a la cabeza ante la posibilidad de que se negocie con ETA que nos deje en paz para siempre a cambio de ciertas concesiones relativas al estatus legal de sus miembros.
Son contradictorios. Pero sólo en el plano teórico. En la práctica, los intereses, las autojustificaciones y las complicidades permiten que todo resulte compatible.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de junio de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Mentiras de la Transición. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2018.
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