A juzgar por lo que se viene avanzando –y en consonancia con lo que era de temer–, se nos avecina una semana entera de loor y gloria a «nuestra ejemplar Transición». 30 años de las primeras elecciones democráticas. 30 años capicúas: en las del 15 de junio de 1977 también hubo partidos a los que no se les permitió presentar abiertamente sus candidaturas, lo que les obligó a disfrazarse de lo que pudieron.
Es bien conocida la cínica afirmación de Paul Joseph Goebbels: «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad». Buena parte de las supuestas verdades de la Transición española, que la mayoría de los españoles toma por evidencias, no son sino mentiras repetidas hasta la saciedad.
Me referiré hoy sólo a tres.
Primera mentira: se da por hecho que en España se instauró la democracia porque el pueblo español decidió poner fin a la dictadura. Lo cierto es que el paso del sistema franquista al régimen parlamentario fue una decisión largamente madurada por las potencias occidentales, que necesitaban integrar plenamente a España en sus estructuras políticas, económicas y militares, lo cual exigía la homologación de su sistema político. Estudiaron cómo hacerlo por una vía que excluyera cualquier veleidad izquierdista, y se emplearon a fondo para lograrlo. Se volcaron en el respaldo político y en el apoyo económico a quienes podían materializar sus designios, y lo lograron. Son hechos que hoy están ya sobradamente documentados. En todo caso, sólo una exigua minoría del pueblo español estaba por aquel entonces dispuesta a movilizarse en pro de la democracia.
Segunda mentira: se da por hecho que, si triunfó la reforma del régimen franquista y no la ruptura, fue porque no había condiciones para proceder a la instauración ex novo de un Estado genuinamente democrático. En realidad, la ruptura fue imposible, ya para empezar, porque quienes hubieran debido promoverla renunciaron a ello. Los dirigentes de las dos fuerzas principales de la oposición democrática (el PSOE, fuerte por sus apoyos internacionales, y el PCE, por su arraigo militante) pusieron todo su empeño en acceder cuanto antes a la legalidad, como condición para aspirar a integrarse en los ámbitos del poder. Para poder lo primero que se precisa es querer, y ellos ni lo intentaron.
Tercera mentira, no menos tópica: «el Rey fue el motor del cambio». Muy al contrario, el Rey fue una pieza clave para asegurar la continuidad reformada de buena parte de las estructuras del franquismo. En rigor, el Rey fue el freno del cambio. La Monarquía reinstaurada conforme a los planes de Franco ayudó a impedir que el cambio fuera más lejos de lo que convenía a las oligarquías locales y foráneas.
Pero da igual. Volverán a decir lo de siempre por enésima vez, con lo que las viejas mentiras se volverán todavía más verdad.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Mentiras de la Transición.