Un amigo me recuerda el texto de las banderolas que muchos norteamericanos colgaron de sus ventanas en abril de 1980, cuando fracasó estrepitosamente el intento de rescate de los rehenes que Irán tenía encerrados en la embajada de Washington en Teherán. El mensaje era para el presidente James Carter. Decía: «Gracias por haberlo intentado».
Mi amigo cree que un mensaje semejante podría hacérsele llegar ahora al presidente del Gobierno español: no ha conseguido que ETA deje las armas, pero por lo menos lo ha intentado.
La comparación no me convence ni poco ni mucho. En primer lugar, porque la tragicómica aventura militar que patrocinó Carter con el nombre de Operación Garra de Aguila fue un compendio de ilegalidades, amén de un prodigio de chapucería. No parece el mejor espejo en el que mirarse.
Y en segundo lugar porque tampoco está tan claro que Zapatero lo haya intentado realmente.
Doy por hecho que le habría gustado intentarlo, y que inicialmente se puso a ello. Pero, así que chocó con las graves dificultades que la realidad cruzó en su camino, perdió fuelle. A partir de lo cual no sólo dejó de hacer lo que debía, sino que, además, hizo con frecuencia lo que no debía.
Admitamos que los obstáculos que se le interpusieron fueron de aúpa.
El primero, la actitud de la oposición, cerradamente hostil al intento.
Cuando Felipe González se metió en el berenjenal de las conversaciones de Argel, el resto de las fuerzas políticas respaldaron su iniciativa, asumiendo las posiciones sobre la salida negociada que luego se plasmarían en los pactos de Madrid y Ajuria Enea. Tampoco encontró ninguna oposición José María Aznar cuando anunció en 1998 que representantes de su Gobierno iban a reunirse con «el entorno del Movimiento Vasco de Liberación». Al contrario: la oposición le animó a seguir adelante.
En cambio, Zapatero se ha encontrado con el rechazo más furioso de la derecha. De toda la derecha y en todas sus variantes: política, judicial, religiosa, mediática... ¿Cómo conducir un proceso tan difícil bajo una presión tan intensa? ¿Hubiera podido hacer caso omiso, echarle coraje y tirar por la calle de en medio? A saber.
De todos modos, tampoco ETA le dejó margen. Según lo expuesto por Otegi en Anoeta, se suponía que a la organización terrorista le correspondía negociar con el Gobierno de Madrid sólo los aspectos militares del conflicto (las condiciones del cese de su actividad armada), quedando para los partidos la discusión sobre el futuro político de Euskadi. ETA dijo que muy bien, pero hizo lo contrario. No renunció a tutelar el debate político ni se planteó con sinceridad el cese definitivo de su acción violenta.
De modo que, aunque quisiéramos, no podríamos agradecer a Zapatero haberlo intentado. Como mucho, haberse planteado la posibilidad de intentarlo.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de junio de 2007). Hay también un apunte de parecido título: ¿Gracias? De nada. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de junio de 2018.
Comentar