La idea inicial de la ONG francesa Alliance pour le Progrès no era mala. Pero estaba mal concebida. Fallaba por lo abstracto de su lema central.
«Contra el cambio climático». Contra el cambio climático está todo el mundo; incluso los que promueven las actividades que lo provocan. Si ellos pudieran seguir con sus negocios sin causar la menor alteración climática, estarían encantados.
«Para concienciar a la sociedad sobre el papel del consumo de energía». Pero «la sociedad» –sus integrantes individuales, en este caso, porque sólo se ha pretendido una suma de respuestas privadas– no actúa como actúa por libre opción propia. Quienes integran la inmensa mayoría se atienen a las pautas de comportamiento a las que son inducidos.
Por poner un ejemplo: si alguien tiene que desplazarse al centro de su ciudad y el centro de su ciudad está lleno de aparcamientos, en tanto las posibilidades que le ofrece el transporte público son laboriosas e incómodas, es fácil que decida ir en coche.
Otro ejemplo: se construyen sin parar más y más zonas de segunda residencia con el beneplácito de unas autoridades que se jactan de ello y lo fomentan. ¿Resultado? Cada fin de semana las carreteras rebosan de coches. Miles, cientos de miles, millones de pequeñas contribuciones al cambio climático.
Otrosí: ¿se le puede pedir a alguien que, teniendo modo de evitarlo, pase frío en invierno y calor en verano? Las calefacciones y los acondicionadores de aire dejarán de ser un problema cuando funcionen gracias a sistemas de generación de energía no contaminantes. Pero eso no es algo que la gran mayoría de los ciudadanos pueda costearse por su cuenta.
«La responsabilidad es del hombre», dicen los científicos reunidos en París. No es lícito derivar la responsabilidad del problema a cada ciudadano aislado. La culpa no la tiene «el hombre». La tienen, muy en especial, algunos hombres, que defienden beneficios particulares y pasan por encima de lo que sea para lograrlos. Oiganle a Bush: él lo teoriza.
El modelo de vida que nos lleva a la ruina no se lo ha inventado ninguno de los particulares que viaja en su coche, ni ninguno de los que con sangre, sudor y lágrimas se ha comprado un adosado a 100 kilómetros de su casa en la ciudad, tratando de escapar del ruido y de los humos.
Ya digo que doy por hecho que la iniciativa del apagón de cinco minutos era bienintencionada. Pero ofrecía las mayores facilidades para que las autoridades políticas y los directivos de toda suerte de tinglados –unos contaminados, otros contaminantes, todos ellos colaboradores necesarios del cambio climático– pudieran quedar bien de cara al público por el muy resultón sistema de apuntarse ellos también al cortecillo eléctrico. Que es lo que hicieron el jueves.
Luego, con decir que la culpa la tiene «el hombre», todo arreglado.
Javier Ortiz. El Mundo (3 de febrero de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Los cinco minutos. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.
Nota de Javier. Por un fallo de edición, esta columna ha aparecido publicada con el título de «Los cinco sentidos» (se refire al periódico).
Comentar