No entiendo una extraña manía que arrastra Rodríguez Zapatero, candidato del PSOE a la derrota en las próximas elecciones. En cuanto se le deja suelto, se planta delante de los micrófonos y asegura que hay otra cosa más que nunca hará.
Su principal oponente, Mariano Rajoy, se ha especializado en pasarse tres pueblos y doscientos bosques prometiendo lo que hará. Va a hacerlo todo y su contrario. El día menos pensado promete que, si gana las elecciones, responderá a las preguntas de los periodistas. Zapatero, en cambio, se distingue por dedicarse a prometer lo que no hará.
Hace cosa de nada nos dejó estupefactos jurando que no gobernará a menos que se cumplan determinadas condiciones de escasa probabilidad. ¿A cuento de qué se prohíbe de antemano analizar en concreto las situaciones que se le vayan presentando? «Quiere tranquilizar a los electores», dicen algunos. «Sí; sobre todo a los electores del PP», habría que responderles.
Es reincidente: el domingo aseguró que jamás de los jamases utilizará el terrorismo en la lucha partidista.
[Inciso: obviamente no quería decir eso. Es un político español: no hay que tomar sus palabras al pie de la letra. Es necesario reconstruir lo que diría en el supuesto idílico de que se expresara bien. No estaba comprometiéndose a prescindir de los tiros y las bombas en su lucha contra el PP, aunque fuera eso lo que afirmó («Nunca utilizaré el terrorismo»). Pretendía decir que no tratará de rentabilizar los yerros ajenos y los hipotéticos éxitos propios obtenidos en la lucha contra el terrorismo.]
Pero, en todo caso: ¿por qué? ¿Por qué cree que está feo hablar de la lucha contra el terrorismo? ¿Qué tiene de abyecto, según él, mostrar que el rival político no afronta ese problema como convendría y que uno lo entiende mejor, razón por la cual se merece los votos del electorado?
Lo más chusco del asunto es que Zapatero no se impone esa limitación en justa correspondencia, porque su rival haya decidido dejar delicadamente de lado la cuestión. ¡Qué va! Rajoy habla del terrorismo mitin sí mitin también, y reprocha al secretario general del PSOE carecer de criterios firmes al respecto. Lo pone a caldo sin parar, pintándolo ora como perverso, ora como tonto. Pero el inquilino de Ferraz es tan estupendo que se impone el silencio. Se niega a responder, no vaya a ser que la gente se entere de cómo están las cosas.
Podría dejar fácilmente a los jefes del PP con las posaderas al aire. Le bastaría con recordar que Aznar aseguró en 1996 que iba a acabar con ETA en cosa de pocos años, y que han pasado ocho, y estamos como estamos. Pues bien: no sólo no menciona ese hecho -porque es un hecho-, sino que permite que sus rivales lo vuelvan del revés en beneficio propio.
Entre sus autolimitaciones y sus limitaciones, la verdad es que este Zapatero lo tiene crudísimo.
Post data.- Curioso, el empeño de algunos en sostener que la frase «Play it again, Sam» sí se oye en Casablanca. Hay quien pretende que me equivoco al buscarla en las intervenciones de Rick (Borgart), porque quien la dice es Elsa (Bergman). Invito a cuantos pretendan seguir polemizando al respecto a que se cojan el guión original de la película y a que encuentren la frase en algún lado.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (16 de febrero de 2004) y El Mundo (18 de febrero de 2004), salvo la postada, la cual se publicó únicamente en los apuntes. Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 11 de mayo de 2017.
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