Me autoflagelo: no me leí enteros los discursos que pronunció Aznar durante su reciente visita a los Estados Unidos, y en el pecado llevo la penitencia: voy enterándome poco a poco de la amplia variedad de gestos de vasallaje que realizó, para mayor satisfacción de sus señores. Hoy he sabido que también habló de cultura -del sector económico de la cultura- y que aprovechó para meterse con la protección que dispensan las autoridades francesas a la producción cultural de su país. Esa actitud, que nace de la aplicación del llamado «principio de excepción cultural», fue rechazada por Aznar, que la consideró como «un refugio de los países cuya cultura está en declive», mientras que «los [países] que no conocen este problema no tienen nada que temer».
El Gobierno francés entiende que las recetas del mercado libre y de la competencia sin trabas no son de aplicación automática al campo de la cultura, en el que se hace necesario adoptar una política proteccionista, para evitar que los gigantes norteamericanos del cine y de la música laminen las manifestaciones artísticas nacidas de otras culturas y expresadas en lenguas diferentes de la inglesa. Las francesas, por ejemplo. Los sucesivos gobiernos de París vienen aplicando ese «principio de excepción cultural» desde hace años, gracias a lo cual la cultura francesa mantiene algo el tipo -algo, digo- frente a las multinacionales con sede allende el Atlántico.
Casi todo es discutible en esta vida. Es discutible, para empezar, que el proteccionismo no deba abarcar más campos, es decir, que los mercados europeos no deban ser protegidos también de la competencia de otros productos de marca estadounidense no menos nocivos que los culturales. Serán igualmente discutibles -imagino- los criterios con los que el Gobierno de París reparte las ayudas oficiales a la producción cultural autóctona. Pero el argumento central -o se protegen las formas culturales europeas o se van al garete- roza lo obvio.
Tal como presenta las cosas, está claro que Aznar considera que España forma parte de «los países que no conocen ese problema» y que, en consecuencia, «no tienen nada que temer».
¿Cómo es eso? ¿Es que no se da cuenta acaso de los destrozos que están sufriendo nuestras formas culturales en los más diversos campos (en los más diversos, insisto, llegando hasta los hábitos alimentarios y el modo de vestir)?
Por supuesto que se da cuenta. Lo verdaderamente grave en su caso es que lo ve y le parece bien.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de enero de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
Comentar