Ya tenemos otro fantasma recorriendo el solar político patrio: la equidistancia. Según afirman muchos políticos y comentaristas capitalinos, el pecado común del PNV, EA, ELA, IU-EB, Elkarri et alii es que pretenden mantenerse equidistantes entre ETA y el Estado. Ejemplo de ese intento de equidistancia, a su juicio: los tales partidos y organizaciones han condenado el asesinato de José Luis Caso, pero, a la vez, critican la sentencia del Supremo contra HB. Lo cual es intolerable: «¡O con ellos, o con nosotros!», claman.
Prefiero creer que los que lanzan esta diatriba no son conscientes de las terribles implicaciones que tiene poner en marcha la lógica guerrera del ellos y el nosotros. Tanto más cuanto que no circunscriben el ellos a los terroristas y abarcan en el nosotros a todos los demás, sino que establecen entre ellos y nosotros unas fronteras que mueven a su gusto, teniendo también en cuenta factores ideológicos y políticos.
Esto no es una guerra, por mucho que ETA se diga «militar». No lo es. Pero aunque lo fuera. La militarización del pensamiento es inaceptable incluso en tiempo de guerra: la razón del combate de los aliados contra el nazismo no volvió bueno el bombardeo de Dresde. El binomio ellos/nosotros propicia un reduccionismo brutal que, a fuerza de alinear disciplinadamente todas las ideologías, empobrece la vida política y social. Lo que lleva al absurdo total: en teórica defensa del pluralismo, se apela a la unidad del pensamiento. Es decir, se busca que el pluralismo se circunscriba al debate sobre lo meramente accesorio.
Estar contra los crímenes de ETA no obliga, en rigor, a nada que no sea estrictamente eso: estar contra los crímenes de ETA. No lo está menos quien se niega a dar un cheque en blanco a las fuerzas policiales, a la vista de pasadas e infelices experiencias -no lo está menos por no darlo, quiero decir-, ni quien defiende el nacionalismo o el separatismo vascos, ni quien se declara en desacuerdo con la sentencia del Supremo sobre HB, ni quien alienta ideas diferentes a las mayoritarias sobre cómo acabar con los crímenes de ETA. Ninguna de esas posiciones tiene por qué implicar un afán de equidistancia entre el Estado y ETA: son criterios diferentes; eso es todo.
Si el pensamiento liberal tuviera más seguidores reales en la tierra que inventó la palabra liberal, se apreciaría mejor -algo, al menos- el valor de la discrepancia. Habría más interés por ver qué puede haber de razonable en lo que dice el que discrepa y menos prisa por calificarlo. O por descalificarlo.
Es posible estar en contra del terrorismo de ETA y, a la vez, no fiarse ni un pelo del Estado. Por razones ideológicas -en el fondo no demasiado lejanas del liberalismo político- y por cruda experiencia, algunos sentimos escasa simpatía por el Estado. Por los estados, en general, y por el español, más en particular. Si hace falta explicar las razones de esa desafección, estoy dispuesto. Pero puedo asegurarles que no es en absoluto irrazonable.
Y que, desde luego, no tiene nada que ver con la equidistancia.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de diciembre de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de diciembre de 2010.
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