Lo que más me sorprende de las manifestaciones que se están produciendo estos días en Budapest contra el primer ministro húngaro, el socialdemócrata Ferenc Gyurcsany, es que participe en ellas tan poca gente. Ha descendido su popularidad tras haber quedado en evidencia como mentiroso, pero la indignación ciudadana tampoco ha sido tan apabullante como para forzar su dimisión. Dicho de otra manera: todos los húngaros saben que su primer ministro es un tramposo y un falsario, capaz de mentirles sistemáticamente y sin ningún pudor, pero buena parte de ellos no ven que ésa sea razón suficiente para exigirle que se retire.
Otra buena pieza es el primer ministro tailandés, el multimillonario Thaksin Shinawatra, depuesto anteayer por un golpe militar. A comienzos de año montó un gran escándalo porque decidió desconsiderar los intereses nacionales y vender a un consorcio de Singapur una de sus principales empresas, la Shin Corp, estratégica en el sector de las telecomunicaciones. Hizo más: se las arregló para que los enormes beneficios de la transacción llegaran a su bolsillo sin pasar por el fisco. Las protestas por la corrupción generalizada que ya estaban en marcha subieron muchos grados, pero no hasta el punto de obligarlo a irse. Disolvió el Parlamento, convocó elecciones y las ganó. A su modo, con todas las chapuzas que se quiera y alguna más, pero las ganó.
Las trampas y la corrupción política están también a la orden del día en Brasil, cuyo presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, está siendo investigado por el Tribunal Superior Electoral, que cree ver su mano detrás de un complot destinado a presentar imputaciones falsas contra sus principales rivales electorales. Un estrecho colaborador suyo ya se ha visto forzado a dimitir. Pese a lo cual, los sondeos coinciden en que Lula no tendrá problemas para vencer en los comicios del próximo 1 de octubre. (No será la primera vez que buena parte de la ciudadanía brasileña hace la vista gorda ante sus desmanes: recuérdese el escándalo del año pasado, cuando se supo que el PT de Lula había comprado el voto de un centenar de diputados de la oposición).
He puesto tres muestras bien actuales de un fenómeno que es visible a escala mundial. Muchos pueblos (sus mayorías) no sitúan la honradez en la primera fila de su jerarquía de valores políticos. Tampoco se escandalizan cuando se enteran de que están gobernados por corruptos. Las razones de su transigencia pueden ser diversas: intereses, temores, banderías partidistas... La mayoría de los que tragan y respaldan a tales o cuales políticos corruptos están convencidos de que sus rivales son todavía más corruptos, y con eso les basta para sentirse exculpados.
Desengañémonos: los de arriba no podrían ser como son si los de abajo no fueran también como son.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de septiembre de 2006). Hay también un apunte con el mismo título: La complicidad popular. Subido a "Desde Jamaica" el 10 de junio de 2018.
Comentar