Más bombas en Londres el pasado miércoles, aunque de escasa potencia. Más bombas ayer en El Cairo, éstas potentes de verdad. Los últimos despachos de agencia que he consultado, pasadas las 6 de la mañana, hablaban de medio centenar de muertos y unos 150 heridos, muchos de ellos en estado crítico.
Me pregunto si se atreverá Bush a repetir que gracias a la intervención angloamericana en Irak el mundo se ha vuelto más seguro. Supongo que sí: no tiene problemas de cinismo.
He estado haciendo el recuento de los atentados cometidos desde el comienzo de la Cruzada que lanzó el Gobierno de Washington tras el 11-M. Me refiero tan sólo a los atentados extraestatales (dicho sea para no olvidar que ha habido muchos otros que han sido obra de estados con representación en la ONU).
La cantidad de esos actos y el número de víctimas que han causado resultan espeluznantes. Sin comparación con el periodo anterior.
Blair, como Aznar antes que él, insiste en que bastantes de las últimas acciones terroristas no tienen relación ninguna con la invasión de Irak. Cabe sostener esa tesis con referencia a los atentados que han tenido lugar durante los últimos años en la ex URSS. O también, por ejemplo, con respecto a la masacre que se produjo en la iglesia de Bojayá (Colombia), en mayo de 2002. Pero en otros casos, aunque las bombas no trataran de castigar a alguno de los gobiernos más directamente implicados en las invasiones de Afganistán e Irak, es obvio que apuntaban contra poderes sumisos al diktat de Washington, fieles colaboradores de la Cruzada estadounidense, y que enfilaban precisamente contra esa sumisión.
Es el actual escenario mundial, dominado hasta los más irritantes extremos por la única gran potencia que queda, el que se debe considerar para entender -que no justificar- el auge terrible que está experimentando el terrorismo extraestatal.
Lejos de tener sustento la pretensión de que el mundo de hoy es más seguro gracias al derrocamiento del régimen de Sadam Husein, lo que se va imponiendo cada vez más como una evidencia es todo lo contrario: que, antes de la infortunada hazaña bélica de Washington, esa gran zona del mundo, clave para el conjunto del planeta, vivía en un cierto equilibrio -o en un desequilibrio menor, si se prefiere- gracias a que el régimen de Sadam Husein, detestable por tantos conceptos, ejercía una función de contrapeso.
Parece mentira que desde los tiempos de la Grecia clásica se venga hablando de lo peligroso que es abrir la caja de los truenos y que siga habiendo gente poderosísima que se empeñe en hacerlo con la esperanza de encontrar en su interior no se sabe cuántos fabulosos tesoros. No aprenden nunca.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de julio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de julio de 2017.
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Nota.- Aunque la columna que me publica hoy El Mundo se llame igual que mi Apunte de ayer («Algo es algo») y aunque la tesis de fondo no difiera, la redacción sigue derroteros muy distintos. Dicho sea por si alguien, viendo el título, cree que ya ha leído el artículo.
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