Me contaron hace muchos años que había en Vallecas una pandilla de salteadores que se cebaban con las chicas. Las atracaban de noche y, en caso de que no llevaran dinero, las castigaban. La particularidad de aquella pandilla es que preguntaban a sus víctimas qué castigo preferían: «¿Pinchazo o pellizco?». «Pinchazo» quería decir navajazo en el estómago. «Pellizco», aplastamiento de un pezón con alicates.
Me horrorizó, cómo no, pero no me extrañó demasiado. Es una norma fija de los torturadores intentar que el torturado se implique de algún modo en la causa de su propio sufrimiento. Se trata de que al dolor físico se añada la pérdida de la autoestima. De ese modo se logra con mayor facilidad y prontitud su hundimiento. «Ponte en tal postura», «Sujeta esto con las manos», «Haz esto», «Haz lo otro».
Todos los manuales de resistencia a la tortura enseñan que nunca hay que colaborar con los torturadores. Nunca. «¿Que me ponga en tal postura? ¡Ponme tú!». «¿Pinchazo o pellizco? ¡Vete por ahí!». Respondiendo así no se evita el daño, pero se mantiene la dignidad. Se sobrelleva mejor la desgracia.
Me han venido a la cabeza estos casos, ciertamente extremos, según me he puesto a cavilar sobre el problema que se le plantea a mucha gente cuando le piden que elija entre dos posibilidades y ambas le parecen negativas.
Entre el PP y el PSOE, por ejemplo.
He conversado muchas veces en los últimos años con amigos de Galicia quejosos de lo mismo: «¡Es que no hay modo humano de librarse del inaguantable infierno de Fraga sin pasar por el purgatorio de Pérez Touriño!».
En Valencia he oído hablar en términos muy similares, con Zaplana o con Camps, variantes de idéntica nada.
Recuerdo que no poca gente de izquierda pasaba por las mismas angustias, sólo que al revés, a comienzos de los noventa, con referencia a los gobiernos de Felipe González: «¿Cómo sacar de la Moncloa a estos de los GAL y de Filesa sin contribuir a que sea la gente de Aznar la que los sustituya?».
Algunos continúan dando vueltas a esa noria en Extremadura, no viendo el modo de quitarse de encima a Rodríguez Ibarra sin dejar paso a los del PP.
Quizá tenga la culpa mi edad, pero lo cierto es que con el tiempo han ido abandonándome ese tipo de angustias existenciales. Sigo sin elegir entre dos males -nunca votaré ni al PP ni al PSOE, aunque me aspen-, pero me parece buena cosa que ninguno de los dos se eternice en ningún poder.
Lo malo que tiene un gobierno que se perpetúa es que poco a poco deja de ser un gobierno para transformarse en un régimen. Monta un entramado de intereses consolidados, de relaciones hechas, de hábitos, de pautas fijas. Deja de ser circunstancial.
En esas condiciones, el cambio de gobernantes se convierte en un asunto de mera higiene.
No ignoro que, además, lo que va a instaurarse en Galicia no es un gobierno del PSOE, sino un gobierno de coalición PSdeG-BNG. No es que yo espere que la suma de ambos vaya a dar como resultado nada del otro jueves, pero habrá que darles un margen para que refuten o confirmen esos prejuicios.
Se lo decía el otro día a un amigo gallego: «Puede que abras la ventana y no entre aire fresco, pero por lo menos entrará otro aire».
En fin, algo es algo.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de julio de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 8 de julio de 2017.
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