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2004/05/30 06:00:00 GMT+2

La amargura del editorialista lúcido

Hay propietarios de periódicos de afán tan monolítico que no cejan hasta hacerse con un equipo de editorialistas en total sintonía con ellos mismos. En principio la tarea no parece fácil, pero en la práctica no resulta tan complicada: basta con seleccionar periodistas que dispongan de un buen bagaje cultural, que escriban con técnica aceptable, que conozcan bien las inclinaciones y los intereses del jefe y que carezcan de principios, a no ser que la ambición personal a toda prueba compute como principio (al modo de pulpo como animal de compañía, según el conocido anuncio).

Otros capitanes de naves periodísticas -los menos- prefieren seleccionar para editorialistas a personas con criterios eventualmente contrarios a los suyos, que les repliquen a la hora de tomar posición y les presenten objeciones. Consideran que, de este modo, sus propias opciones editoriales (que son las que acaban imponiéndose, claro está, porque para eso son los que mandan) aparecen más preparadas para afrontar las críticas.

Quienes asumen el oficio de editorialista en estas últimas condiciones ya saben que sólo de manera excepcional acabarán escribiendo artículos que expresen sus puntos de vista personales, y lo sufren, pero se resignan: a fin de cuentas, las opiniones editoriales no van firmadas y quienes las leen ya saben que reflejan el punto de vista institucional del medio, no el criterio particular de quienes finalmente las han puesto negro sobre blanco. Si, además, han logrado que algunos de sus argumentos aparezcan reflejados en el texto final, la amargura es algo menor.

Con todo y con eso, pasar los días, las semanas y los años sirviendo de intérprete a opiniones ajenas, cuando uno las tiene propias y bien firmes, es duro. Desgasta la moral del más pintado.

Por eso siempre he creído que demuestran mucha inteligencia los jefes de periódico que facilitan a sus editorialistas menos acomodaticios la posibilidad de escribir artículos de opinión con firma. Les proporcionan de ese modo una válvula de escape. Para que no revienten.

A mí, que ejercí de editorialista en El Mundo durante diez años, ocho de ellos como responsable de la sección, Pedro J. Ramírez me ofreció desde el principio la opción de ser también columnista. Y doy por hecho que esa circunstancia es la que explica, mejor que ninguna otra, que tardara tanto en dimitir del cargo.

Con todo, renuncié en el verano de 2000 a seguir ejerciendo de editorialista. Pedro García Cuartango, que fue mi segundo durante los últimos años -aunque en montones de materias tuviera ya por entonces una preparación muy superior a la mía- fue el designado para sustituirme.

Separado desde hace ya casi cuatro años de la Redacción, compruebo hoy que Ramírez sigue ofreciendo a los jefes de Opinión del diario la posibilidad de escribir con su firma para decir lo que tienen a bien, aunque con ello contradigan de pe a pa la línea sostenida oficialmente por el diario.

Para aquellos de vosotros que no hayáis tenido ocasión de leer el artículo que Cuartango ha publicado hoy en El Mundo con referencia a la boda real («Irreal espectáculo»), lo ofrezco adjunto. Es una prueba brillante de su inteligencia crítica, de su fina capacidad de análisis y, ya de paso, de lo bien que sabe escribir.

«¿Y así opina el subdirector responsable de la sección de Opinión de El Mundo?», preguntará más de uno, sorprendido. Supongo que, cuando le hagan esa pregunta, Cuartango responderá como lo hacía yo cuando estaba en ese puesto y me venían con las mismas: «Lo más definitorio del cargo de subdirector de Opinión en El Mundo es la primera sílaba: sub.»

Javier Ortiz. Apuntes del natural (30 de mayo de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2004/05/30 06:00:00 GMT+2
Etiquetas: apuntes 2004 | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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