Hay algunos puntos de acuerdo entre los partidos catalanes, excepción hecha del PP, que son difíciles o imposibles de recoger en el proyecto de nuevo Estatut porque, según los técnicos en la materia. no tienen encaje posible en la Constitución Española.
Es un argumento que vuelve cada tanto a nuestra actualidad política: «Eso no cabe ni plantearlo -se objeta a tal o cual propuesta o iniciativa- porque es anticonstitucional».
Desde criterios de pura lógica, el argumento tiene una respuesta obvia: «Díganme que lo que propongo se opone al interés general, y arguméntenmelo. Porque, en caso contrario, si admiten que lo que estoy reclamando es justo y bueno, el problema no estará en mi propuesta, sino en la Constitución».
Nos hemos acostumbrado a considerar el texto de la Constitución de 1978 como un dato fijo, sólo retocable en aspectos laterales, si es que no anecdóticos. Sin embargo, el hecho es que aquel documento fue acordado en unas condiciones de excepcionalidad histórica que lo lastraron, y mucho, en materias de la mayor importancia. Me refiero muy especialmente al peligro de golpe de Estado militar, al que por entonces se aludía con toda suerte de eufemismos («el riesgo involucionista», «el ruido de sables», «los poderes fácticos», etcétera). En razón de ese peligro, los principales partidos de entonces llegaron a admitir que algún artículo clave de la Constitución, como el que alude a las Fuerzas Armadas en tanto que garantes de la unidad de España, llegara a las Cortes ya redactado y sin posibilidad de discusión. Esa misma razón justificó que se optara por un sistema de organización territorial del Estado que, a fuerza de pretender contentar tanto a centralistas como a federalistas, superpuso criterios de los unos y los otros y dio pie a demasiadas duplicidades políticas y administrativas, lo que ha resultado a la postre tan confuso como caro.
Quizá ya no valga la pena discutir si las cosas hubieran podido hacerse de otro modo, pero considero perfectamente planteable que, disipadas del horizonte las amenazas golpistas, hayamos llegado al momento de revisar tranquilamente aquellos aspectos de la Constitución que más problemas han causado y siguen causando. El del sistema de organización territorial del Estado muy en especial.
Planteo la posibilidad y, acto seguido, me la objeto yo mismo: la propia Constitución estableció unas condiciones tan duras para su reforma que bien podría decirse que blindó sus errores. Para adaptarla a nuestra realidad haría falta que prácticamente todo el mundo estuviera de acuerdo. Y eso, en un lugar de la Tierra donde basta que algunos digan algo para que otros sostengan de inmediato lo contrario, parece algo más que improbable.
¿Y entonces? ¿Qué solución tiene esto?. No sé. Para mí que, sencillamente, no tiene solución.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (28 de septiembre de 2005) y El Mundo (29 de septiembre de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 27 de septiembre de 2017.
La Audiencia Nacional ha dictado sentencias en el caso de la llamada «célula de Al Qaeda en España» muy inferiores a los que solicitaba el fiscal basándose en las imputaciones formuladas por el juez instructor, Baltasar Garzón. Por lo que he visto y oído esta mañana, hay reacciones para todos los gustos, pero la gran mayoría se dice estupefacta por el fallo de la Audiencia. «Estamos luchando contra el terrorismo del siglo XXI con instrumentos del siglo XIX», acabo de oír a un comentarista al que no he conseguido identificar. Se supone que «el terrorismo del siglo XXI» es la célula en cuestión y que los instrumentos decimonónicos son los que proporciona el vigente Código Penal. Un Código Penal que, como se sabe, es de muy reciente cuño.
No he leído la sentencia -me da que quienes la están comentando tampoco, porque es muy voluminosa- pero, por lo que afirman quienes sí la han leído, e incluso participado en su redacción, se limita a constatar que en el sumario no hay ni una sola prueba que permita implicar a los procesados en la comisión de los atentados del 11-S, que era el punto clave de las acusaciones de Garzón y el que motivaba la petición de penas de cárcel tan elevadas. La sentencia viene a decir que todas las hipótesis manejadas por Garzón a ese respecto son pura fantasía. Es más: hay quien sostiene -el editorial de El Mundo de hoy, sin ir más lejos- que algunos de los indicios que la sentencia sí ha tenido por datos determinantes carecen de consistencia real. De ser así, nos encontraríamos con que el tribunal habría realizado incluso un esfuerzo por dejar menos en ridículo la labor del juez instructor de lo que podría -y tal vez debería- haber hecho.
Yo no soy hombre de leyes, aunque tantos años en el periodismo de opinión en un país como éste me hayan dado algunos conocimientos en la materia, pero son demasiadas ya las veces que he oído comentar en petit comité a personas de sólida formación jurídica y de larga práctica acreditada que Baltasar Garzón es un desastre como juez instructor. Su empeño obsesivo por figurar y por obtener titulares le han conducido demasiadas veces a iniciar sumarios aparatosísimos que ha llevado retrasados y mal, porque su intensa actividad social no le permitía ni estudiar ni trabajar lo necesario. Por culpa de ello, unas veces ha llevado a juicios sumarios tan llenos de acusaciones terribles como vacíos de pruebas reales y otras ha presentado instrucciones que sí se referían a hechos reales muy graves, pero que él mismo malogró con su torpeza (el caso de la operación Nécora fue antológico).
En tales condiciones, no tiene nada de extraño que la Audiencia Nacional se vea obligada a desautorizarlo como lo ha hecho en esta ocasión. Lo preocupante es que no haya puesto también en evidencia sus patéticos macrosumarios sobre Euskadi, algunos de los cuales llevan años y más años dormitando el sueño de los injustos, sin despertar jamás a la vida. Es ahí donde se hace obligado contar con la influencia de factores políticos. Porque no hay un Garzón que instruye sobre Euskadi y otro Garzón que lo hace sobre las mafias de la droga y los atentados de Al Qaeda. Es siempre el mismo, con los mismos delirios de grandeza y las mismas chapuzas. Sólo que unas cabe echárselas en cara y otras conviene utilizarlas.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (27 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de septiembre de 2017.
El IRA ha inutilizado sus arsenales. Así lo atestiguan los miembros de la Comisión Internacional encargada de supervisar el cumplimiento de ese compromiso republicano, clave del proceso de paz irlandés.
Se trata de una medida material pero, sobre todo, de un gesto simbólico. Como lo sería la disolución formal de la propia organización. De hecho, el abandono de las armas es una forma de disolución: si no hay armas, no hay organización armada.
Pero insisto: es sobre todo un gesto simbólico. Lo que tiene de material podría neutralizarse. Cabe dejar hoy las armas y volver a tomarlas mañana. ¿Que se han destruido unas? Se empuñan otras. El IRA conoce de sobra cómo funciona el mercado negro internacional y sabe a qué puertas podría llamar, si quisiera.
Para comprar armas, basta con tener dinero. Y al IRA no le falta.
Y para robarlas se necesita todavía menos.
La mayor prueba de que el IRA ha abandonado la lucha armada la proporciona un elemento que es inmaterial, pero evidente: su clara determinación de hacerlo. Y la mejor garantía de que no se va a echar atrás a la primera de cambio la aporta la población irlandesa republicana -«católica», que dicen otros-, que ha apostado por la lucha exclusivamente política.
Claro que no lo ha hecho porque sí, ni a cambio de nada. El Gobierno de su Risible Majestad ha tenido que tragar lo suyo. No se ha rendido, ni mucho menos, pero ha admitido finalmente que ahí hay un conflicto histórico de naturaleza política y que los irlandeses deberán decidir por sí mismos lo que van a hacer. Todo con muchos matices, todo con muchas condiciones, todo con muchos plazos, pero todo eso, que no es poco. Y más: también ha tenido que resignarse a la idea de que los combatientes del IRA abandonarán las cárceles.
Muchísimas veces se ha hablado entre nosotros de las abismales diferencias que hay entre el conflicto de Irlanda del Norte y el de Euskadi. Se ha hablado tanto, y con tan poca razón aparente, puesto que nadie ha defendido jamás la tesis opuesta, que ya aburre insistir en ello. Pero lo que no veo que nadie haya negado jamás -y me alegro, porque sería demasiado estúpido hacerlo- es que todos los procesos de pacificación tienen determinados aspectos en común.
Leo en la prensa de hoy (en El País, en concreto) un sondeo según el cual una muy amplia mayoría de los españoles acepta que el Gobierno «abra un diálogo» con ETA pero, a la vez, rechaza que el logro de la paz pueda implicar ninguna concesión de cierto peso, incluyendo medidas de gracia para los reclusos de la organización. El mero contraste entre esas dos ideas (la mayoría respalda que haya «un diálogo», pero a una de las partes sólo le concede la oportunidad de rendirse) ilustra sobre lo lejos que estamos aún de las condiciones que se requieren que se produzca un diálogo digno de ese nombre.
No creo que los puntos de vista predominantes en la opinión pública sean inmutables. Y menos éstos, inducidos en muy buena medida por la labor machacona que han realizado los principales medios de comunicación en los últimos años. Pero, si esas ideas han de ser reconducidas, más vale que quienes lo pretendan se pongan seriamente manos a la obra ya mismo. Porque no les va a faltar faena.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de septiembre de 2017.
Una de las especialidades de mi buen amigo Gervasio Guzmán consiste en reprocharme lo mucho que escribo sobre el llamado «conflicto vasco» y, a la vez, no parar de pedirme que le hable precisamente de eso. Anoche me telefoneó, justo en el momento en que estaba reflexionando sobre una faceta distinta de la problemática vasca, a saber, por qué la Real Sociedad necesita que le metan dos goles para empezar a jugar al fútbol con algo de criterio. Estaba a punto de llegar a la conclusión de que el problema no es de la Real, sino de los equipos contrarios, que no le dejan jugar hasta que le ganan por 2-0 y se relajan, cuando sonó el teléfono. Era Gervasio.
-¿Te has enterado de lo de la bomba de Ávila? -me espetó sin más preámbulo.
-Sí -le respondí.
-¿Y cómo lo interpretas?
-¡Caramba, Gervasio! Ya lo sabes. ETA intenta que el personal no se olvide de que existe.
-Pero ¿para qué?
Estuve a punto de decirle que ya se lo he explicado «cienes y cienes de veces», como decía la canción de ese cantante de protesta que tanto promocionan ahora todas las multinacionales. Pero me dejé vencer una vez más por mi vena didáctica.
-Gervasio: ETA quiere negociar, y quiere sacar algo de la negociación. Se da cuenta de que, si no demuestra de vez en cuando que tiene capacidad de seguir dañando, y mucho, el Gobierno puede concluir que no vale la pena concederle nada. Y, en consecuencia, no concederle nada.
El bueno de Gervasio decidió ponerse sarcástico:
-¿Estás tratando de decirme que ETA pone bombas para demostrar que quiere dejar de poner bombas?
Hube de responder a sus fuegos de artificio con tracas del mismo género.
-Nadie se plantea si tiene que negociar con los secuestradores de un avión hasta que se produce el secuestro de un avión.
Con lo cual cambió de tercio.
-Así que está habiendo negociación, ¿verdad?
Consiguió aburrirme del todo.
Hay toneladas de gente discutiendo sobre esa bobada. ¿Hay negociación, no hay negociación? Lo avanzo de antemano: saber, lo que se dice saber, no sé nada. Me han contado muchas cosas, pero yo no las he visto, de modo que no puedo asegurar si responden a la realidad, ni cuánto, ni cómo. Lo que si sé, porque es un dato fijo de nuestra historia, es que los gobiernos españoles, todos sin excepción, han mantenido líneas de contacto con ETA. Así fuera, como decía en sus tiempos el ahora no muy recluso Vera, «para tomarle la temperatura». ¿En qué punto los contactos dejan de ser simples contactos para convertirse en negociaciones? ¿Cuándo los encuentros dejan de ser encuentros en la tercera fase para pasar a la segunda fase, o a la primera? Ni lo sé ni me importa.
No creo que tengan mayor valor las etiquetas. Cuando me expongan los resultados, si es que llega a haberlos, entonces opinaré. Y si sirven para que no haya más muertos, avanzo ya que lo más probable es que aplauda.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (25 de septiembre de 2005) y El Mundo (26 de septiembre de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de septiembre de 2017.
Los amigos de la sección de Opinión de El Mundo me piden que les escriba una cosilla para su espacio dominical En la Red.
La pregunta a la que debo responder es: «¿Protestar en los cementerios contra el diálogo con ETA?». Mi respuesta ha sido ésta que sigue:
Los integrantes de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, que es una organización particular que lleva en sus siglas a las víctimas del terrorismo con la misma libertad que el PSOE a los obreros -faltaría más-, pueden manifestarse en donde les parezca oportuno, siempre que la ley no encuentre razones suficientes para disuadirles de hacerlo. Ahora bien: si lo que pretenden es erigirse en voz resurrecta de los muchos de nuestros conciudadanos que han perdido la vida por culpa de ideas asesinas, abusan. No tienen ese derecho.
La iniciativa sería siempre muy poco afortunada, pero lo resulta mucho más precisamente en estos días, cuando estamos en vísperas de trigésimo aniversario del aciago día en el que los gobernantes del franquismo -entre cuyos herederos la AVT tiene tantos valedores, dicho sea nada de paso- decidieron quitar alevosamente la vida a cinco jóvenes tras haberlos sometido a varias parodias de juicio.
¿Convocará también la AVT manifestaciones ante sus tumbas? ¿Lo hará también ante las de aquellos a quienes mataron los GAL? Disculpen mi escepticismo.
En nuestra más o menos reciente historia hay víctimas mortales para todos los disgustos. De todos los bandos (muchos) y de ninguno (bastantes). Nunca he sabido de ninguna víctima mortal que dejara escrito quién tendría derecho a hacer política en su nombre después de que ella no pudiera representarse en persona. Llorar, cabe llorar a todos los muertos. Pero no usarlos como argumento, o como arma arrojadiza, para defender tal o cual línea política concreta. O tal o cual modus vivendi.
Somos muchos los que tenemos a nuestros propios muertos clavados en la memoria. Están ahí, como heridas que no cesan de sangrar. Que nunca cesarán de sangrar. A un chaval de mi barrio le dieron cuatro tiros por protestar contra las penas de muerte. Otro murió en mis brazos porque un tipejo protegido de Fraga decidió dispararle a quemarropa sin saber ni quién era. Yo mismo llevo en mi cuerpo cicatrices que dan cuenta de un cierto terrorismo. Porque el terrorismo, como un todo unificado, no existe. Hay muchos. Los ha habido, los hay y los habrá, me temo.
Pero no sé de ningún armisticio que no haya obligado a los pacificadores a tragar litros de bilis negra. Bilis negra: melancolía, en lengua griega.
Que no les haya exigido recluir -resignar- sus rencores en el ámbito de lo más íntimo. En la lista de sus generosidades.
Los dirigentes de la AVT insisten en que no hay que olvidar. Pero no he visto que fijen con claridad la fecha a partir de la cual no hay que olvidar. ¿Hay que recordarlo todo? ¿Desde cuándo? ¿Desde Indíbil y Mandonio? ¿Desde las Navas de Tolosa? ¿Desde el bombardeo de Gernika? ¿Desde la matanza de Vitoria?
¿Debemos dejar a beneficio de inventario lo ocurrido entre 1936 y 1975? ¿O más bien lo que debemos olvidar es lo hecho por unos para mejor recordar fielmente lo perpetrado por los otros?
Para mí que la cuestión de fondo no es qué debemos olvidar, sino a quién.
Debemos olvidar a quienes viven de los conflictos. A los que no sabrían a qué dedicarse si no hubiera sangre de por medio. A los carroñeros.
Y llevar todos los años por estas fechas un ramillete de flores a las tumbas de nuestros muertos. Cada cual a las de los suyos.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de septiembre de 2005) y El Mundo (25 de septiembre de 2005). Javier publicó la nota en la web. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de septiembre de 2017.
Nota.- El diario El Mundo publica todos los domingos una página titulada En la Red en la que dos opinantes exponen sus criterios encontrados sobre un asunto de actualidad, acerca del cual también se definen, internet mediante, los lectores y lectoras que quieren hacerlo (y que no votan sobre los artículos, que no han tenido aún oportunidad de leer, sino sobre la pregunta genérica formulada).
El texto que antecede es copia de la participación de Ortiz en esa sección el 25 de septiembre de 2005. La persona que opinó lo contrario fue Encarnación Valenzuela, periodista de Telemadrid.
Votaron 21.205 lectores del periódico, de los cuales el 55% lo hizo a favor de la postura de la AVT.
No sé qué diablos se traen entre manos los jefes de los principales partidos políticos catalanes.
Me resulta increíble, para empezar, el súbito atracón de nacionalismo que se han pegado los de Convergència i Unió. (Los de Convergència y los de Unió, juntos y por separado). He vivido el suficiente tiempo en los aledaños de la política profesional como para creerme que la gente de CiU haya podido convertirse en intransigente. Nunca ha dudado en aceptar lo que fuera, y sin pestañear, a condición de que los gobernantes de turno en Madrid se mostraran dispuestos a retribuir adecuadamente su comprensión. Los he visto chalanear con todo y con más, y referirse con perfecta indiferencia y hasta con desprecio a los mismos asuntos que ahora pretenden innegociables. Me hago cargo de que amenazan con rechazar el proyecto de nuevo Estatut para hacerse valer y porque no quieren regalar nada ni a Maragall ni a Carod, pero se me hace dificilísimo creer que materialicen esa amenaza y asuman el coste electoral que puede acarrearles. Pero no lo descarto. Porque no descarto nada.
Contemplo a Maragall hacer propuestas de consenso catalán que, o mucho me equivoco -cosa que, insisto, no descarto- o, de aprobarse, serían airadamente rechazadas no ya por el PP, que desde luego, sino también por sus compañeros socialistas del Congreso de los Diputados. ¿Qué haría en tal caso? ¿Inclinar mansamente la cerviz para que lo descabellen y sus restos políticos sean conducidos sin pena ni gloria al matadero? ¿Encabezar una revuelta para independizar al PSC y volverlo contra el PSOE? (Recordemos que estamos hablando del mismo PSC que ha destilado a lo largo de los años a gente como Narcís Serra, o como los directivos de Filesa, o como Joan Raventós -aquel que acompañó a Múgica a hablar con el general Armada en vísperas del 23-F-, o como el propio Maragall.)
Tampoco veo nada, pero que nada claro el juego de Esquerra Republicana y del propio Carod, que los días pares hace declaraciones de muy dudosa oportunidad -o de franca inoportunidad- sobre lo mucho que le molaría formar un Estado catalán y que los días impares elabora propuestas transaccionales para cuadrar el círculo y hacer del Estado español lo que no es sin dejar de ser lo que es.
Que me aspen si entiendo algo.
Para mí que la cosa, en el fondo, es bien sencilla. Pero seguro que la veo así porque soy un doctrinario (y además vasco, con todo lo que eso connota). En mi modesto criterio, están discutiendo sobre cómo hacer compatibles dos proyectos globales -nacionales, de Estado o como cada cual quiera llamar a lo suyo- que son incompatibles por definición. Los unos quieren algo parecido a un Estado confederal, más o menos, integrado por diversos pueblos teóricamente soberanos que pactan libremente ciertas formas de convivencia, y los otros pretenden un Estado de soberanía única -también más o menos- que acepta fórmulas de descentralización relativamente intensas, pero en cualquier caso otorgadas por el poder central, fuente última -y en ese sentido única- de Derecho.
En mi criterio, no hay modo de casar ambos proyectos. O es lo uno o es lo otro.
Pero como más sabe el diablo por viejo que por diablo y, como quiera que no sería la primera vez que veo a los políticos alcanzar acuerdos esencialmente incoherentes, en los que se determina esto y lo contrario -tras de lo cual se quedan todos tan felices, y a verlas venir-, no descarto que de todo lo que está sucediendo en Cataluña acabe saliendo la celebérrima cuadratura del círculo. Capaces.
A mí me dará igual, porque estoy en trámites para cambiar de nacionalidad. Por todo: por razones doctrinales y porque prefiero convertirme en ciudadano de algún Estado que pague mejor las pensiones de vejez.
Porque seré doctrinario, pero también realista: el tiempo se me está echando encima.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (23 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de septiembre de 2017.
Hay fechas que me provocan especialmente. Ésta que acabo de escribir es una. Ni sé la cantidad de artículos que habré publicado a lo largo de los años en el día de hoy hablando de este rincón del calendario.
En alguna ocasión lo he hecho para evocar la canción de Brassens que lleva por título, precisamente, Le 22 Septembre, y que le sirvió al gran Georges para reírse bien a gusto de las tonterías que los humanos solemos pensar (y escribir y hacer y padecer) cada vez que nos deja plantados alguno de esos amores que nos da por llamar «el amor de mi vida».
Aprovecho en ese caso el día para felicitarme yo también por haber superado alguno de esos ataques de honda melancolía -aunque no recuerdo que nadie me abandonara precisamente un 22 de septiembre- y, ya de paso, y como el de Sète, para pensar que, bien mirado, es verdad que resulta un tanto triste no estar ya triste por ningún amor perdido.
Menos poético, aunque todavía más triste, es el otro motivo que me viene cada año a la cabeza tal día como hoy, y que no me es posible olvidar, mayormente porque las radios dan la vara con él hora tras hora: la cosa esa del Día Internacional Sin Coche.
Pensaba yo hoy, según oía las noticias de las 7, que ya había agotado la totalidad de mis argumentos al respecto, incluyendo los muchos que cada tanto me sugería la insólita gestión de Sigfrido Herráez, que se presentaba como responsable madrileño de Movilidad Urbana (nombre que, habida cuenta del permanente atasco en el que vive la capital del Reino, tenía su aquel). Ahora ni siquiera sé si el imaginativo personaje, por el que llegué a sentir una enorme gratitud -pocos me han hecho reír tanto y tan a gusto-, sigue al frente de ese área municipal de inutilidades varias o si se ha largado ya con el silbato a otra parte.
Decidido estaba ya casi a dejar pasar sin comentario el Día Internacional de las narices cuando el noticiario me ha aportado un dato nuevo, o al menos desconocido para mí, que es el apoyo que una organización ecologista capitalina aporta a la pavada de la alcaldía. Me ha dejado de asfalto, más que de piedra. Creo que fue el año pasado cuando comenté que los ecologistas de Vitoria habían invitado a la población a celebrar el Día Internacional Con Coche, sacando todos sus vehículos y metiéndose con ellos en el centro de la ciudad para dejar claro hasta qué punto es absurdo y nocivo para la salud física y mental de la ciudadanía el modo de transporte que rige en nuestra sociedad. Pues nada, en Madrid, todo lo contrario: aplauden las chorradas que patrocina Ruiz Gallardón, fiel sucesor de Álvarez del Manzano, para disimular la barbaridad que supone su línea de gestión, que pasa por la construcción constante de aparcamientos en el centro, para que todos los locos que se empeñan en meterse con su cochecito hasta la cocina continúen haciéndolo.
Si el alcalde piensa que es posible que Madrid funcione sin mayores problemas durante un día laborable pese a las medidas municipales que dificultan durante ese día la circulación de vehículos privados, ¿por qué no hace extensivas tales medidas a los 364 días restantes del año?
Los ecologistas madrileños critican que el Ayuntamiento de Barcelona se haya descolgado de la convocatoria esta del Día Sin Coches, en vez de concentrarse en la crítica de la decisión del Ayuntamiento de Madrid de apoyar la celebración sistemática y delirante del Año Con Coches. Si quieren criticar al Ayuntamiento de Barcelona, háganlo por su política general de Movilidad (o de Inmovilidad) Urbana, no por la bobada del Día Sin Coches.
En tiempos muy muy lejanos, había en TVE un programa que se llamaba «Reina por un día». Consistía en que cogían a una pobre mujer y la agasajaban hasta el hastío. Un amigo de mi padre, republicano él -el amigo-, solía comentar: «Sí, reina por un día... y súbdita por el resto de su vida».
Es lo mismo que cabe decir del Día este Sin Coches.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (22 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de septiembre de 2017.
«Ojos que no ven, corazón que no siente», dice el refrán.
Hay refranes para todo. Para cada cosa y para su contrario.
Siempre recuerdo a la gente refranera que «al que madruga Dios le ayuda», pero que «no por mucho madrugar amanece más temprano», y que «sobre gustos no hay nada escrito», pero que «hay gustos que merecen palos». Etcétera, etcétera.
En lo de los «ojos que no ven» también cabe un viaje de ida y vuelta.
«Ojos que no ven». Cierto. Ahí están los ojos que no ven que en el mundo mueren de hambre no sé cuántos niños (y niñas, y adultos, y adultas) por minuto. Y los ojos que no quieren ver que la culpa es nuestra, porque no exigimos que haya un reparto racional de los alimentos, porque haberlos haylos, y son suficientes para todos.
Y los ojos que no ven quién fabricó, quién compró, quién distribuyó y quién colocó por medio planeta las minas antipersona que siguen matando a diario por decenas, incluso cuando ya se han perdido en el olvido las guerras que pretendieron justificarlas.
Y los ojos que prefieren no reparar en que quien prohíbe a diario a los demás hacer esto o lo otro hace eso mismo sin pestañear, cada minuto.
Bah, para qué seguir recordándolo, si lo sabemos de sobra. Todo. Todos.
Es cierto: ojos que no ven, corazones de piedra.
Pero también es verdad lo contrario. Porque ¡qué fácil es solidarizarse con el pobre periodista chino al que no dejan hablar y se resiste, pero qué difícil resulta respaldar al de Segovia -digo, es un decir- que no logra que le publiquen lo del escándalo del íntimo de su jefe, y que se juega los garbanzos insistiendo en que esa vergüenza hay que sacarla a la luz, por razones de principio! ¡Y qué estético queda echarse las manos a la cabeza porque vejan terriblemente a los detenidos en la Cochimbamba -y vaya que sí lo hacen-, pero qué feo, qué inoportuno y qué desagradable resulta constatar con pesadumbre que la tortura sigue siendo una realidad en España, y que está probado, y que tanto los verdugos como las víctimas tienen nombre y apellidos! Recordemos al superhéroe y superjuez Baltasar Garzón, ahora en funciones de becario estadounidense, que fue capaz de escarbar en todos los crímenes de las dictaduras sudamericanas, por remota que fuera su comisión -en aquellos casos nunca se olvidó de que los crímenes contra la humanidad jamás prescriben-, pero que se mostró incapaz, ay, de investigar ni un solo crimen de la dictadura franquista, tan cercana ella, por claro que estuviera y por activos que siguieran sus autores y los muchos que les sirvieron de cómplices.
Y es que están los ojos que no ven porque lo que hay que ver les pilla muy lejos, pero también los ojos que no ven porque no miran. Porque desvían la vista.
Hay quien ignora porque no ve y quien se las da de ignorante porque prefiere hacer como que no ha visto nada de lo que pasa.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (21 de septiembre de 2005) y El Mundo (22 de septiembre de 2005), salvo la post data, la cual únicamente apareció con el apunte. Hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 22 de septiembre de 2017.
Post data.- Todo tiene su explicación. También este apunte: ayer leí una columna de Rosa Montero.
En el discurso que pronunció ayer en la sede de La Caixa en Barcelona, el presidente del PP, Mariano Rajoy, insistió en una tesis que cuenta con muchos adeptos en los círculos políticos y periodísticos capitalinos: en Cataluña existe una «presión política asfixiante» que cercena las libertades y los derechos de quienes no acatan el ideario de la clase política local. «Debajo del envoltorio que representa la defensa de unos principios identitarios y soberanistas, se oculta -explicó- el afán de los grupos políticos que lo impulsan por controlarlo todo, por intervenir y mandar en todos los aspectos de la vida económica, social y cultural de Cataluña».
Sin pretender erigirme en experto cataluñólogo, doy por cierto que Cataluña cuenta con una «clase política» integrada en medida significativa por personas que tienen entre sí fuertes vinculaciones sociales, culturales -en el sentido más amplio del término- y, a veces, hasta familiares, lo cual propicia que la vida política local se desenvuelva en un clima poco dado al enfrentamiento, más inclinado hacia la benevolencia mutua, e incluso al compadreo.
Si cuando se habla de la existencia de una «clase política catalana» se pretende aludir a eso, estoy de acuerdo. Pero no. Lo que provoca las iras de Rajoy no es la homogeneidad de la tal «clase» (o casta), sino que eso que él llama «principios identitarios y soberanistas» impregne tan profundamente el tejido social catalán que se haya convertido para la gran mayoría de los integrantes de aquella sociedad en una especie de sobreentendido, en algo con lo que debe convenir cualquiera que no desee desentonar. Lo cual resulta muy confortable para quien participa de ese ideario difundido y difuso, pero muy incómodo para quien discrepa.
Estoy seguro de que, en efecto, en bastantes ambientes de Cataluña -y muy especialmente en los culturales y políticos- representará un incordio asumir abiertamente ideas españolistas, tanto más en estos tiempos en los que hasta el Español, equipo de fútbol que nació para lo que su nombre indicaba, se ha convertido en el Espanyol. Y lo lamento de verdad, porque el liberal que reside en mis más profundas entrañas quisiera que todo el mundo pudiera expresarse y vivir en plena libertad, sin que nadie coartara sus ideas, salvo que pretenda dar a los demás en la cabeza con ellas.
Pero lo que me parece hilarante es que Rajoy sufra hasta tal punto de subjetivismo que no se dé cuenta de que eso que él deplora en Cataluña se produce también, sólo que multiplicado por bastante, en la vida cultural y política del corazón del Reino. Es obvio que no se ha tomado el trabajo de constatar cuántos contertulios de ideología periférica se expresan a diario en las radios y televisiones no ya madrileñas, sino de supuesto ámbito estatal, públicas y privadas.
Y no es sólo cuestión de nacionalismos encontrados: véase el espacio de opinión que esos mismos medios conceden a quienes defienden posiciones situadas netamente a la izquierda del PSOE. Netamente, digo: que nadie tenga el mal gusto de citarme a Rosa Aguilar.
Habrá quien diga que sangro por mis heridas. ¡Vaya que sí! El peso de la ideología dominante en Madrid es tan fuerte que las pocas veces que alguna cadena de televisión ha tenido la perversa idea de invitarme para que hable sobre Euskadi he rehusado amablemente la oferta. Admito que lo he hecho por cobardía: me da miedo que haya gente en mi barrio que me reconozca al día siguiente y me suelte un bofetón sin mediar palabra.
Es así de sencillo: cada cual tiene por más asfixiante el ambiente en el que respira con menos facilidad.
Pero a Rajoy le invitan a disertar en la sede central de La Caixa, y todos los medios de Cataluña reproducen respetuosamente lo que dice.
Comentario añadido.- Dice Rodríguez Zapatero que más del 50% del gasto del Estado en el próximo ejercicio irá destinado a partidas sociales. Deduzco de ello que cerca del 50% del presupuesto se destinará a partidas no sociales. (¿O serán anti-sociales, directamente?)
Javier Ortiz. Apuntes del natural (20 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 19 de septiembre de 2017.
Zapatero trata de blindar su mayoría parlamentaria para el caso de que le fallen Izquierda Verde y ERC a la hora de votar los Presupuestos del Estado. Baraja esa posibilidad a la vista de lo complicadas que se han puesto las negociaciones para sacar adelante el proyecto de nuevo Estatut catalán. ERC ya le ha enseñado un par de veces los dientes, amenazando con hacer depender su apoyo parlamentario en Madrid de la ductilidad del propio Zapatero con respecto a los asuntos de Cataluña.
Hace unos meses, el respaldo de ERC y de la amalgama parlamentaria de Llamazares era condición imprescindible para que el Gobierno de Zapatero pudiera sacar adelante cualquier proyecto legislativo importante. Ahora cuenta con una posibilidad alternativa. Lo único que necesita para materializarla es ganarse los votos del PNV. Sumados éstos a los del Bloque -su socio de gobierno en Galicia- y a los de Coalición Canaria -siempre dispuesta a alquilar sus escaños-, obtendría los 12 votos suplementarios que precisa para la aprobación de los Presupuestos.
No faltan los que establecen un paralelismo entre esa exploración alternativa que está propiciando ahora Zapatero con Josu Jon Imaz y el pacto al que Aznar llegó en su día con Arzalluz.
Es cierto que la comparación falla en un punto: Aznar tenía ya mayoría parlamentaria suficiente cuando negoció el apoyo del PNV a su investidura. A muchos nos pareció un misterio por qué el candidato del PP aceptó avenirse entonces a las condiciones que le impusieron los nacionalistas vascos, cuando podía prescindir de ellos sin mayor problema. Alguien me dijo que Aznar daba gran importancia a no salir elegido presidente con menos votos de los que había logrado en su día Felipe González. Es una explicación extraña, pero no descartable, dadas las peculiaridades psicológicas del personaje. El hecho es que tragó carros y carretas, incluyendo un punto al que casi nadie concedió entonces mayor importancia -salvo los negociadores del PNV, claro está- pero que la cobraría, y mucha, con el tiempo: accedió a la creación de Euskaltel, la red vasca de telefonía. También desbloqueó la negociación sobre el Concierto Económico y sobre varios puntos estatutarios.
A cambio, lo único que logró es que el PNV le respaldara en la votación de la investidura misma, pero en ninguna otra posterior.
En lo que sí cabe establecer un claro paralelismo entre las negociaciones que están llevando ahora Pérez Rubalcaba y Blanco, en nombre de Zapatero, e Imaz y Urkullu, en representación del PNV, y las que llevaron hace años los de Aznar con Arzalluz y con un tal Ibarretxe, al que casi nadie conocía por entonces en Madrid (*), es en la súbita disposición que muestra el Gobierno central a aceptar reclamaciones a las que durante meses y más meses ha estado volviendo la espalda, cual si se tratara de imposibles. Hablo de la fijación del cupo, de la ampliación de la plantilla de la Ertzaintza y de la devolución al Gobierno Vasco de lo que tuvo que gastar por culpa de la contaminación del Prestige y de la incompetencia del Ejecutivo de Madrid, entre otros puntos.
No sé si las negociaciones Ferraz-PNV llegarán a algún puerto concreto o no. Me imagino con qué disposición las encaran los del PNV, educados en la escuela del «más vale pájaro en mano que ciento volando». Si por darle su puñado de votos parlamentarios a Zapatero en Madrid en una votación concreta logran no sólo lo anteriormente mencionado, sino también que el PSE-PSOE respalde los Presupuestos del Gobierno Vasco -lo que partiría uno de los ejes de la línea política que los socialistas vascos han seguido en los últimos años-, no me cabe la menor duda que se lo darán, y se quedarán tan anchos.
De momento, lo que ha quedado claro una vez más es que los Gobiernos de Madrid -en lo que no tienen nada de excepción- se cierran en banda o conceden con plena generosidad según lo que precisan en cada situación para salir adelante. Su espíritu de principios lo resumió muy bien aquel perpetuo conspirador tramposo que fue durante toda su vida Francisco Fernández Ordóñez cuando dijo: «En política, "nunca" quiere decir "por ahora"».
(*) El propio Arzalluz tampoco conocía demasiado al discreto vicepresidente para asuntos económicos del Gobierno de Ardanza. Recabó su colaboración para aquel duro tira y afloja porque le habían dicho que se manejaba en los asuntos económicos como pez en el agua y que se conocía los vericuetos presupuestarios, incluidos los del Estado, como muy pocos. Tenía fama también de ser un negociador tenaz, por no decir implacable. Lo demostró sobradamente en aquella ocasión. Los propios negociadores del PP admitieron que en varios puntos de aquel pulso les había vencido por puro agotamiento.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (19 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de septiembre de 2009.