La mañana estaba destemplada, triste y nebulosa. Irache vestía de gris: gris en el cielo y gris en la tierra, repleta de policías. Al pasar frente al «Hotel Irache», vimos un extraño contingente de paisanos en formación militar. Eran los seguidores de Sixto-Enrique, el ultra de los Borbón-Parma.
Ya al pie del monte, los organizadores nos reunieron a los invitados. Por los altavoces tronaba la voz recia de José Antonio Labordeta: «Habrá un día en que todos/ al levantar la vista/ veremos una tierra/ que ponga libertad». Un joven se me presentó: dijo que se llamaba Aniano Jiménez, que era de Cantabria y que acudía en representación de la HOAC. No nos dio tiempo a hablar mucho: casi inmediatamente se organizó fuera el tumulto. «Vamos a ver qué pasa», dijo Aniano.
Salimos. Él se adelantó. Yo subí a un peñasco. Atisbé a un individuo con gabardina blanca, boina roja y pistola en mano. Oí los disparos. Bajé corriendo. Aniano estaba herido de muerte. Lo recostaron a mi lado. Nos dijo: «No aviséis a la Policía, que estoy fichado». Y murió.
Comenzamos la ascensión entre la emoción y el miedo. No tardaron en sonar las ráfagas de ametralladora. Disparaban contra nosotros desde la cumbre. Al poco bajaron el cuerpo de Ricardo García Pellejero. Tampoco tardó en morir.
Han pasado veinte años, día a día, y sigo recordando la muerte de Aniano, absurda y vecina. También recuerdo a los cómplices de los asesinos.
Supongo que cosas así no se olvidan jamás. Espero no olvidarme de ésta jamás.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de mayo de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 9 de mayo de 2011.
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