Conocí hace muchos años a una periodista danesa residente en Sevilla que necesitaba asesoría en asuntos vascos, porque la radiotelevisión pública de su país, para la que trabajaba, le pedía de vez en cuando alguna crónica sobre cosas de Euskadi y la habían convencido, pobrecilla, de que yo era una fuente fiable.
En mis primeras reuniones con aquella colega danesa me vi obligado a darle un cursillo acelerado sobre «la cuestión vasca», para que se hiciera cargo más o menos de los líos que nos traemos en nuestra tierra.
De entrada, el asunto le pareció interesante.
Le hice un bosquejo histórico sobre el viejo Reino de Navarra, nuestra curiosa cultura, las aventuras de nuestros antepasados, las guerras carlistas, los inicios del capitalismo en España, la revolución industrial en versión vasca, el nacimiento del PNV…
Estábamos en éstas cuando se produjo un tremendo atentado de ETA en Sevilla.
Sucedió cerca de su casa y causó varios muertos que le resultaron muy próximos.
Aquel mismo día me telefoneó para comunicarme que había decidido suspender su curso intensivo sobre «la cuestión vasca». Me dijo, con su divertido acento sevillano: «Lo siento, pero el conflicto vasco se me ha atragantado.»
Por supuesto que entendí su estado de ánimo.
Me acordé de ella ayer porque me sucedió algo muy parecido (aunque muy distinto) a lo de su cursillo acelerado de 1991 sobre la cuestión vasca.
Me puse a estudiar, desde la distancia de mi retiro mediterráneo, las diferencias que se han hecho públicas entre Josu Jon Imaz y Juan José Ibarretxe: lo de «la consulta en condiciones de no violencia», etc. Metido en gastos, quise enterarme también de lo sucedido en las votaciones para la elección de los gobiernos forales de los territorios de Álava y Guipúzcoa... En fin, todo nuestro fregado.
Jó, qué fatiga.
En cosa de una hora, me convencí de que nada de lo que estaba leyendo era en realidad lo que parecía. Y llegué a la conclusión de que, para enterarme de lo que había por debajo de lo que parecía, debería emplear un montonazo de tiempo (hacer un taco de llamadas telefónicas, etc.), lo cual no me apetecía nada, porque además estaba seguro de que son historias que, en el fondo, examinadas con la debida perspectiva y desde el punto de vista del interés general, no van a ningún lado.
De tener que emitir un dictamen, diría: «Parece que hay un montón de tíos que no se han bajado del coche oficial desde 1977 y que no saben qué hacer para seguir subidos en él».
Y, de verme obligado a llevar el dictamen tres metros más allá, añadiría: «Cuando yo tuve trato con Ibarretxe, la conclusión que saqué es que el coche oficial más bien le estorbaba».
Pero eso fue hace mucho. Lo mismo ya no vale.
Es lo que tienen las distancias: a veces el bosque no te deja ver los árboles.
Javier Ortiz. El Mundo (30 de julio de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: El bosque vasco. Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.
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