El todavía presidente de la Ejecutiva del PNV, Josu Jon Imaz, ha gozado de muchas simpatías en los círculos políticos y periodísticos de Madrid. El establishment capitalino no ha parado de elogiar tanto su temperamento apacible y discreto como algunas de sus opciones políticas más características, en particular su firmeza frente a la izquierda abertzale y su predisposición al acuerdo con las fuerzas políticas predominantes en el Estado.
El fenómeno no ha sido del todo novedoso. Los que escapamos al tan común mal de la desmemoria recordamos que hubo un tiempo en el que también Xabier Arzalluz mereció grandes alabanzas en los mentideros capitalinos por su «realismo» y su «sentido de Estado» (ahí están las hemerotecas para demostrarlo). Bastó con que, guiado por los mismos objetivos y sin alterar en nada su estilo, cambiara de política de alianzas y se alejara de los grandes partidos españoles para que pasaran a catalogarlo como un ayatolá, un iluminado, un fanático peligrosísimo.
El asunto resulta así de sencillo: para algunos, quien favorece sus intereses es estupendo; quien los contraría, un canalla. Esa es la lógica de nuestros liberales y demócratas de toda la vida.
El problema es que se trata de un recorrido de ida y vuelta. Porque en el campo del nacionalismo vasco hay mucha gente que razona a la inversa, de modo que aquel que recibe los aplausos del ente abstracto denominado «Madrid» resulta automáticamente sospechoso de ser un mal defensor de la causa propia.
Lo cual no deja de tener su sentido para quien considera que las relaciones entre Euskadi y el Estado son contradictorias, ya vea el asunto desde un bando o desde el otro. Se supone que, si tú haces bien tu trabajo de opositor, el de enfrente tiene que mirarte con tirria, y que si el de enfrente te mira bien, es que estás haciendo mal tu trabajo de opositor. No otra es la razón por la que los integrantes de los círculos dirigentes de la Villa y Corte le tienen tanta ojeriza a Ibarretxe. Y es por ello mismo por lo que el lehendakari cuenta con tanto prestigio en el campo nacionalista vasco.
Josu Jon Imaz ha sido víctima -en parte: hay más razones- de eso que los rusos llaman «el oso amigo». Dicen los rusos que no hay nada más peligroso que ganarte el cariño de un oso: se empeña en manifestarte su aprecio, te da un abrazo y te parte el espinazo.
Si la política española no adoleciera de la falta de finezza que la caracteriza, los interesados no harían el oso de manera tan llamativa. Cada vez que tienen delante a alguien que creen que les conviene, se empeñan en abrazarlo efusivamente a la vista de todo el mundo. Es un error.
Claro que si Imaz no se hubiera colocado tan peligrosamente cerca de los osos (y de los madroños, ya de paso), lo mismo podría haberse escapado de su abrazo mortal.
Javier Ortiz. El Mundo (15 de septiembre de 2007). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: El adiós de Imaz. Subido a "Desde Jamaica" el 28 de junio de 2018.
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