El Mundo publica hoy en su sección de Cartas al Director esta misiva del jefe de Prensa de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE):
Los discos piratas de Javier Ortiz
Javier Ortiz –no hay más que leerle con asiduidad– es un melómano empedernido. Un musiquero de los buenos, el paradigma de aficionado sistemático y minucioso que busca fuentes de información propias, vendedores de confianza, referencias fetén. Ortiz conoce, con seguridad, esa íntima sensación de euforia que bulle cuando acaba cayendo entre las manos una pequeña joya discográfica, una edición que se sospechaba definitivamente extinguida, una prodigiosa garganta de la que apenas guardábamos noticia. En ese sentido, Javier habla el mismo lenguaje que muchos de los que integramos la SGAE y nos sentamos cada mañana frente al ordenador con el objetivo primordial de velar por la diversidad y pluralidad creadora en este país en todo lo relativo a las artes audiovisuales, dramáticas, coreográficas y, naturalmente, musicales.
Por todo ello, no he podido evitar la desazón de la sorpresa amarga con la lectura de su artículo del pasado día 10, El grabador pirata, en el que relata los placeres de una visita a una de sus tiendas de discos “de cabecera” (aunque no anote siquiera la ciudad en la que se encuentra, como si la búsqueda de ambrosías discográficas debiera estar condenada a la clandestinidad). Escribe Ortiz que su vendedor amigo le puso sobre la pista de un puñado de buenos cedés y, como colofón, le regaló un disco en el que él mismo había recopilado las canciones favoritas de Ava Gardner: Carmen McRae, Chet Baker, Billie Holiday, Rosemary Clooney, Sinatra y unos cuantos nombres maravillosos más. De todo ello, colige el autor que se encuentra, “por supuesto, ante un disco pirata”, defiende las bondades de esta actividad supuestamente ilícita e incluso confiesa ciertas inquietudes mingitorias que a uno le dejan más bien atónito.
En realidad, ese gran melómano llamado Javier Ortiz anda algo desorientado sobre lo que es y no es la piratería, y lo que podría haber sido un sabroso artículo en torno a las conexiones entre el cine y la música desemboca, tristemente, en patinazo. Aclarémoslo cuanto antes: la recopilación musical que un buen amigo prepara en su casa y regala a otro aficionado no es un acto de piratería, sino de amor a la música. Disfrute Ortiz de su selección gardneriana cuantas veces quiera y sin cargo de conciencia, porque no hay nada que reprocharle ni a él ni a su suministrador. Y desahogue su vejiga en lugares más propicios que la fachada de nuestra sede madrileña, que ya es tener ganas de exponerse a la amonestación de algún guardián del orden municipal.
La piratería es otra cosa, amigo Javier. Otra cosa por desgracia mucho más grave y destructiva que esa modesta copia privada de la que –seguramente con razón– tanto presume. La piratería es una actividad organizada y delictiva que inunda hasta la náusea nuestras calles de burdas copias clónicas e ilegales, explota a inmigrantes en situación irregular y expolia el trabajo honrado y esforzado de centenares de autores, intérpretes, músicos de estudio, productores artísticos y ejecutivos, ingenieros de sonido, diseñadores gráficos y un largo etcétera de profesionales involucrados en la gestación de una obra discográfica (ya sea sublime o mediocre: ahí entramos en otro terreno). La piratería es un fenómeno que habrá ocasionado, sólo en este año 2002, unas pérdidas de casi 200 millones de euros a este importante sector de la cultura, el ocio y el espectáculo. Y la piratería nos está privando, con toda seguridad, de conocer a un buen número de jóvenes talentos que, en otras condiciones más propicias, ya tendrían su primer disco en la calle y quizás hubiesen podido engrosar la magnífica colección particular de Javier Ortiz.
Siga cuidando como se merece a ese amigo de su tienda misteriosa, apreciado Javier. Al menos él sigue llegando a fin de mes dedicándose a la venta de discos, un negocio que, por desgracia, se está poniendo complicado. No podrán ya decir lo mismo los trabajadores de las 76 pequeñas y medianas empresas musicales que, en lo que llevamos de año, han tenido que echar el cierre por la crisis del sector. Quizás ellos no tengan ahora humor para paladear esos grandes éxitos de la divina Ava Gardner.
Fernando Neira, jefe de prensa de SGAE
Misiva a la que yo he respondido, a vuelta de correo, con estas líneas que El Mundo publicará mañana en la misma sección:
Respuesta de Javier Ortiz a la SGAE
Sr. Director:
El portavoz de la SGAE me presenta como melómano empedernido y presupone por ello, en tono condescendiente, que hablo «el mismo lenguaje» que los empleados de la empresa para la que trabaja.
Se equivoca.
Es cierto que, cuando hablamos de música, los dos hablamos de dinero. Pero él se refiere a sus ingresos. Yo, a mis gastos.
El portavoz de la SGAE se extraña de que oculte los datos de un –de otro– melómano que graba discos piratas de andar por casa, por puro amor a la música. Según él, es absurdo que camufle la referencia.
¿Lo es? ¿Seguro?
Leo que la SGAE ha reclamado comisión por lo tocado y cantado en ignotos conciertos benéficos realizados en pueblos perdidos, en los que nadie, absolutamente nadie, cobraba nada. Pide también lo suyo por todo compacto grabable, con independencia de que lo usuarios acabemos dedicándolo a almacenar programas de ordenador, o fotografías, o nuestra pobre literatura, o lo usemos cual posavasos. ¡Pero si incluso ha reclamado derechos por la música que escuchan en su habitación los clientes de los hoteles! ¿Le extraña que proteja la identidad de mi amigo de su voracidad recaudatoria? No veo por qué. Está contrastada.
De atenerse a la reconvención vagamente paternalista que me dirige el portavoz de la SGAE, mis palabras sólo pueden ser fruto de la ignorancia. Debe de ser la misma ignorancia que padecen gentes tan poco conocedoras de los intríngulis de la música como Manu Chao, Albert Pla, Andrés Calamaro, Olvido Gara (Alaska)... y todos los que le están diciendo a la SGAE desde hace la tira que ya está bien de echarle morro y de vivir a la sombra de las multinacionales y a costa de los que sí se dedican a crear.
Comprendo que Ramoncín y Teddy Bautista estén angustiados por el auge de las copias piratas: su obra inmarcesible está en peligro. Pero empiecen a preguntarse si los márgenes estruendosos de beneficio que se zampan sus amigas multinacionales no tienen nada que ver en el problema. Conozco sellos independientes que se la juegan sacando obras bellísimas que apenas les dejan medio euro de ganancia. Ese ridículo medio euro que sus amigos pagan a los autores sobre los 15, 18 o 21 machacantes que me/nos roban por cada compacto de gran tirada.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de noviembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de diciembre de 2009.
Comentarios
Recuerdo bien este 'Apunte del natural' porque es una de las pocas veces en quie he visto "patinar" a Ortiz. Su carta de respuesta me dejó un poco "mosca", porque en lugar de ser una correcta y estructurada argumentación, a las que nos tenía tan acostumbrados- suena a una pataleta indefinida, sin referirse en absoluto a los elementos proporcionados por el representante de la SGAE. El Sr Neira dice esencialmente que "la recopilación musical que un buen amigo prepara en su casa y regala a otro aficionado no es un acto de piratería", y Ortiz -en lugar de replicarle- se va por los cerros de Úbeda.
Una excepción entre cientos de apuntes bien argumentados. Pasa en las mejores familias y con los mejores escribanos...
Gracias por seguir con el Blog.
Escrito por: Pottoki.2009/12/01 09:53:3.982000 GMT+1
Escrito por: Jean.2009/12/01 10:34:05 GMT+1
Me refiero a que Ortiz no responde a los argumentos dados por Neira. Atacar a la SGAE por cobrar derechos de autor por los CDs vírgenes me parece razonable, y JOR lo hace bien. Pero aquí se trata de un intercambio de correspondencia que -fundamentalmente, o al menos así me lo parece- se centra en dirimir si el CD del propietario de la tienda de discos es "piratería" o no: Neira responde al artículo inicial de JOR, y JOR hace una crítica general que no responde a la carta de Neira.
Argumentar bien es responder con elementos acertados EN EL CONTEXTO DE LA DISCUSION. Y me parece que en este caso en concreto JOR rasca bien, pero rasca lejos del grano.
Escrito por: Pottoki.2009/12/01 11:20:14.405000 GMT+1
Cuando Ortiz dice "Comprendo que Ramoncín y Teddy Bautista estén angustiados por el auge de las copias piratas: su obra inmarcesible está en peligro. Pero empiecen a preguntarse si los márgenes estruendosos de beneficio que se zampan sus amigas multinacionales no tienen nada que ver en el problema", está soltando un gancho de izquierda razonablemente argumentativo. Lo que sucede es que Ortiz está molesto con el tono de la carta de Neira, y no pretende caer en una discusión acerca de la piratería. Los males endémicos de la industria discográfica son tantos y tan variados que le hubiera supuesto largar poco menos que una conferencia a modo de respuesta. Ortiz los conocía sobradamente, como cualquier aficionado que esté al día de los abusos de las grandes compañías y sus empeños en vivir mascando todo el día el "pan para hoy, hambre para mañana", creando grupos de culto como Pignoise, elevando a los cielos discográficos a nuevos sinatras como Fran Perea, etc, etc. Los músicos viven hoy de las giras y no de los exiguos rendimientos de las ventas de cedés. las discográficas recogen ahora lo que sembraron durante décadas.
Por otra parte, ¿qué es la piratería? Parece que nadie está dispuesto a ponerse de acuerdo acerca de ello. ¿El intercambio es piratería? Y una última pregunta: ¿hay alguien que se descargue más música en Internet que los propios músicos?
Escrito por: .2009/12/01 11:54:31.391000 GMT+1