Francisco José Hernando, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, está pasando por un momento de extrema locuacidad. Habla, habla mucho y, quizá por la dificultad que conlleva compaginar la cantidad con la calidad, no siempre lo que dice está a la altura de sus altas –supremas– responsabilidades.
El pasado lunes le oí afirmar que la situación jurídica de Batasuna es «irreversible» porque –dijo, refiriéndose a la Ley de Partidos– «España es un Estado de Derecho» y en los estados de Derecho «no hay nada por encima de la ley».
Extraña afirmación, a fe. Presumo que el señor Hernando sabe que en los estados de Derecho las leyes varían cuando el poder legislativo tiene a bien enmendarlas, o incluso derogarlas. Y que, precisamente por ello, todo cuanto se deduce de la Ley de Partidos, como de cualquier otra, es reversible, si el Parlamento lo decide ateniéndose a los procedimientos establecidos al efecto.
Y es que los jueces, incluido el propio don Francisco José Hernando, son muy importantes, pero lo son tan sólo en el ejercicio de sus funciones, que consisten en aplicar las leyes que dicta el Parlamento en el desempeño de las suyas. Por el aquel de Montesquieu, más que nada.
El expansivo don Francisco José añadió en la misma perorata otra idea tan singular como el dictamen de irreversibilidad antes mencionado. Dijo que la condena del uso de la violencia con fines políticos es conditio sine qua non para desenvolverse dentro de la legalidad española. Yo estoy tan en contra del uso de la violencia con fines políticos que, de hecho, el Estado me cae antipático precisamente por eso, pero animo al señor Hernando a que repase los estatutos de los partidos con representación en el Congreso de los Diputados: comprobará que varios de ellos ni siquiera mencionan tal asunto en sus normas fundacionales.
Son ganas de hablar.
Por cierto que contagiosas. Ahí están los magistrados del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, empeñados en encausar a Juan José Ibarretxe por desobedecer una orden que nadie le dio y por hablar con unos señores a los que otro magistrado considera loable entrevistar. Y no dejemos en el olvido al presidente de la Audiencia Nacional, que acude a colegios mayores para contar confidencias sobre su pretérita labor como juez instructor y para, ya de paso, desacreditar las posiciones sustentadas mayoritariamente por los parlamentos vasco, español y europeo, que es lo propio de todo presidente de un tribunal de excepción que se precie.
Miro las biografías de algunos jueces de éstos que ahora se muestran atacados de verborragia antigubernamental y me pregunto si no estarán desquitándose. ¡Callaron tanto ante los desmanes de la dictadura franquista! Se ve que les dolió en el alma. Se están resarciendo, los pobres.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de octubre de 2006). Hay también un apunte que trata el mismo asunto: El coro de los tribunales. Subido a "Desde Jamaica" el 16 de junio de 2018.
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