181.201, 210.000, millón y medio (¿por qué no dos millones?)... A mí, por lo menos, no me parece decisiva la cifra exacta, aunque no deje de llamarme la atención con qué desenvoltura algunos –y algunas– le añaden ceros a la derecha.
Más importante que el número concreto de los asistentes es la constatación de que en la manifestación de anteayer en Madrid había muchísima gente, tanta o más –probablemente más– que en la celebrada tres semanas antes en respuesta a la convocatoria de UGT, CCOO y la Federación Nacional de Asociaciones de Ecuatorianos en España. Aquélla, de respaldo al Gobierno, aunque no se pretendiera tal. La del sábado, en contra del Gobierno, aunque sus organizadores aseguraran que no era ése su objetivo.
Otro aspecto que merece resaltarse: mientras en la manifestación de hace tres semanas apenas se corearon consignas contra el PP (sólo alguna reprochando al alcalde Ruiz-Gallardón que no estuviera presente), en la de anteayer la mayor parte de los gritos aludían directamente al presidente del Gobierno. Tanto como a ETA, y con frecuencia a la vez.
Pero lo más significativo de todo, sin quitar importancia a nada de lo anterior, es el tono de exaltación y agresividad que exhibieron muchos manifestantes. Quedó claro que no son ciudadanos que se opongan a la política de Rodríguez Zapatero, o que rechacen la perspectiva de obtener el fin de la violencia de ETA mediante el diálogo, sin más. Resultó evidente que lo suyo no se plantea en el terreno de las discrepancias, sino en el del odio.
Constato que va ahondándose más y más el foso entre las dos Españas, y que cada vez son menos los puentes de comunicación entre ambas. Si es cierto que dos no se entienden si uno no quiere, no digamos nada si no quiere ninguno de los dos.
De seguir los acontecimientos esta marcha, las próximas citas electorales –con las del próximo mayo como aperitivo de las generales de 2008– van a cobrar un marcado carácter de referéndum: o con unos o con otros. O conmigo o contra mí.
Es muy posible que en las urnas que vienen nos encontremos con dos bandos dibujados con no menos nitidez: de un lado, el PP; del otro, el resto. ¿A quién le corresponderá el mango de la sartén? Eso es lo que habrá de decidirse.
Confieso que esos aires de referéndum que oteo en el horizonte distan de hacerme feliz. Para empezar, me desazona ver la polarización política y social que se abre paso, y que no augura nada bueno para la convivencia ciudadana. A continuación, me inquieta que todo se manifieste en blanco y negro, sin sombras ni matices.
Cada vez que oigo decir: «¡Segundos fuera!», me mosqueo. No sólo porque uno de esos segundos a los que se conmina a abandonar el cuadrilátero siempre soy yo, sino también porque lo que viene a continuación, inevitablemente, son las tortas.
Javier Ortiz. El Mundo (5 de febrero de 2007). Hay también un apunte con el mismo título: Aires de referéndum. Subido a "Desde Jamaica" el 20 de junio de 2018.
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