181.201, 210.000, millón y medio (¿por qué no dos millones?)… A mí, por lo menos, no me parece decisiva la cifra exacta, aunque no deje de llamarme la atención con qué desenvoltura algunos –y algunas– le añaden ceros a la derecha.
Más importante que el número concreto de los asistentes es la constatación de que en la manifestación de ayer en Madrid había muchísima gente, tanta o más –probablemente más– que en la celebrada tres semanas antes, también en la capital, en respuesta a la convocatoria de UGT, CC.OO. y la Federación Nacional de Asociaciones de Ecuatorianos en España. Aquélla, de respaldo al Gobierno, aunque no se presentara así. La de ayer, en contra del Gobierno, aunque sus organizadores aseguraran que no era ése su objetivo.
Otro aspecto que merece resaltarse: mientras en la manifestación de hace tres semanas apenas se corearon consignas contra el PP (sólo alguna reprochando al alcalde Ruiz Gallardón que no estuviera presente), en la de ayer la mayor parte de los gritos aludían directamente al presidente del Gobierno. Tanto como a ETA, y con frecuencia a la vez.
Pero lo más significativo de todo, sin quitar importancia a nada de lo anterior, es el tono de exaltación y agresividad que exhibieron muchos manifestantes. Quedó claro que no son ciudadanos que se opongan a la política de Rodríguez Zapatero, o que rechacen la perspectiva de obtener el fin de la violencia de ETA mediante el diálogo, sin más. Resultó evidente que lo suyo no se plantea en el terreno de las discrepancias, sino en el del odio.
Constato que va ahondándose más y más el foso entre las dos Españas, y que cada vez son menos los puentes de comunicación entre ambas. Si es cierto que dos no se entienden si uno no quiere, no digamos nada si no quiere ninguno de los dos.
De seguir los acontecimientos esta marcha, las próximas citas electorales –con las del próximo mayo como aperitivo de las generales del 2008– van a cobrar un marcado carácter de referéndum: o con unos o con otros. Los vascos asistimos a una situación así en 2001, con motivo de las elecciones al Parlamento Vasco: de un lado, el frente españolista, encabezado por el PP de Mayor Oreja y secundado por el PSE-PSOE de Redondo Terreros; del otro, el frente autodeterminista, en el que se situaban todos los partidos nacionalistas y EB-IU. En medio, la nada.
O conmigo o contra mí.
En las próximas elecciones, es muy posible que nos encontremos con dos bandos dibujados con no menos nitidez: de un lado, el PP; del otro, el resto. Si alguien dedujera de ello que las fuerzas están desequilibradas, se equivocaría. Porque, más allá de la escasez o abundancia de siglas, lo que cuenta al final es la realidad sociológica (*). Y, a esos efectos, el PP representa mucho. ¿Más que todos los otros juntos? Eso es lo que habrá de comprobarse.
Confieso que esos aires de referéndum que oteo en el horizonte distan de hacerme feliz. Para empezar, me desazona ver la polarización política y social que se abre paso, y que no augura nada bueno para la convivencia ciudadana. A continuación, me inquieta que todo se manifieste en blanco y negro, sin sombras ni matices. Cada vez que oigo decir «¡Segundos fuera!», me mosqueo. No sólo porque uno de esos segundos a los que se conmina a abandonar el cuadrilátero siempre soy yo, sino también porque lo que viene a continuación, inevitablemente, son las tortas.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Aires de referéndum.
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(*) Hablando de sociología. Me ha parecido muy interesante y expresivo un testimonio que figura en la web de El País de hoy como comentario a la noticia sobre la manifestación. Lo incluyo, tras corregir las faltas de ortografía: «Tengo 17 años, nunca había asistido a ninguna manifestación, lo que he vivido hoy en Madrid ha sido algo increíble, ahora mismo me siento superorgullosa de ser española, no he visto a nadie de mala fe como dice la señora De la Vega, sí he visto un brillo especial en los ojos de la gente, un brillo de emoción, de sentirnos como en una gran familia, no he parado de emocionarme en toda la tarde, los discursos finales me han hecho soltar más de una lágrima sobre todo la (sic) de la señora Jiménez Becerril y al final sin que nadie lo supiese (sic) ha sonado el himno de nuestro querido país, todo ha sido muy bonito muchas gracias a todos os quiero.»