Rafael Alberti escribió en 1929 “Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos”. Hay veces que leo algunas noticias y me pregunto si es que seré tonto del bote, si seré dos tontos, como en el libro de Alberti, o si será que se empeñan en venderme burras averiadas como si fueran yeguas de pura sangre y no trago. Como es lógico, prefiero esta tercera hipótesis.
Se discute ahora si los estados de la UE deben acoger a presos procedentes del penal de Guantánamo, cruel disparate que el nuevo presidente de los EE.UU. quiere desmantelar. El ministro español de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos –una de las más notorias víctimas del trance de obabamanía que padece media sociedad española–, dice que su Gobierno estaría dispuesto a hacerse cargo de “un número limitado” (¿limitado a qué?) de esos reclusos.
No le veo a este asunto la más mínima lógica argumental. Examino el mapa de los EE.UU. y compruebo que, en efecto, tal como me parecía recordar, poseen un territorio inmenso, en muy buena medida deshabitado. Si quieren sacar de Guantánamo a esos presos, ¿por qué no se los llevan a Arizona, a Nuevo México, a Kansas o a donde les venga en gana, que sitio les sobra? Hipotética respuesta: porque, de hacer tal cosa, la justicia estadounidense tendría que hacerse cargo del marrón. Vaya, pues qué mala suerte, pero se supone que cada cual ha de apechugar con las consecuencias de sus actos.
El campo de concentración de Guantánamo ha sido –sigue siendo– un engendro infumable, contrario de pe a pa al derecho internacional. Ése es otro aspecto del asunto: contribuir a darle una “salida honorable” ¿no constituiría un delito de encubrimiento de un crimen de lesa humanidad?
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de febrero de 2009). También publicó apunte ese día: Tres días.