Lo mismo es sólo cosa mía, que soy como soy, pero el espectáculo ofrecido el pasado jueves por las más altas autoridades del Estado español en el campo del Getafe me llenó de estupor.
Empecé a ver el partido entre el Getafe y el Bayern con buen humor y el ánimo predispuesto más bien a favor del Geta, por el aquel de que es un equipo de barrio y pobretón y los otros una superpotencia, que además llevan el nombre de una marca comercial de antecedentes nazis. Y el partido me hizo disfrutar, porque fue competido, emocionante y, además, tirando a deportivo (hubo cosas feas, pero pocas).
No tardé en torcer el gesto. Desde el final del primer tiempo (cuando el Getafe marcó un espléndido tanto), la máxima representación oficial de nuestro Estado empezó a dar unas muestras de forofismo que para sí hubiera querido Alberto de Mónaco en sus mejores momentos. Allí estaban el rey, el príncipe (y la presidenta de la Comunidad de Madrid, que se apunta a lo que sea) haciendo gala de su incapacidad para contener sus visceralidades, o de sus ganas demagógicas de mostrarlas, que todo puede ser. Ante lo cual, buena parte del público se puso a cantar a coro ¡Que viva España!, himno cervecero que da de patadas al idioma castellano (para empezar, confunde “estribillo” con “refrán”) y que, quizá por eso, es predilecto de lo más plasta del turismo mediterráneo procedente de la Europa norteña.
Sentí vergüenza ante el espectáculo. Y empecé a pensar que quizá conviniera a los intereses profundos de los pueblos de España que vencieran los alemanes, para librarnos de la inundación de patriotería pastelera que se nos venía encima.
También pensé (medio en broma, medio en serio) que las monarquías ya no son lo que eran. En tiempos, los integrantes de las familias reales eran educados desde su más tierna infancia para mostrarse impasibles ante lo que fuera. Incluso ante la vista del filo de la guillotina.
¡Con lo poco que tienen que hacer en su regalada vida, y lo hacen mal!
Como hoy es 14 de abril, aniversario de cierto hecho feliz y benéfico por más que fracasado, se me ha ocurrido que podía ser buena cosa meter este dedo en esa otra llaga.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de abril de 2008). Al día siguiente, escribió un apunte que tiene que ver con esta columna: Una pifia y una reflexión.