No he realizado ningún estudio científico sobre las universidades de verano. La idea que tengo sobre ellas se basa en algunas vivencias personales y en varias más que me han relatado.
Mi experiencia propia es francamente penosa.
En tiempos me desplacé a algunas para soltar mis rollos. En una descubrí que había clases, pero no alumnos. Acudí a una charla en la que, aparte de mí, sólo había una periodista a la que su diario había enviado para entrevistar al conferenciante. En otra, no apareció ni siquiera el conferenciante, al que hubo que buscar en la piscina del hotel, porque había dado por hecho que no habría nadie en el salón de actos.
Participé en otro curso en el que el único conferenciante del ciclo que llevó su trabajo por escrito fui yo. Los otros dos, políticos de pro, acudieron con las manos en los bolsillos, lo que frustró por completo el deseo de los organizadores de publicar un opúsculo con nuestras intervenciones. Uno de ellos, lo primero que hizo cuando llegó fue preguntar dónde se cobraba. (Debo reconocer que los pocos estudiantes asistentes, a los que sólo les importaban los créditos, apreciaron mucho más las charlas de los otros, llenas de anécdotas y chascarrillos, que la mía, más bien sesuda y plasta.)
Hace años me llamó un preboste político para invitarme a participar en un curso de la Menéndez Pelayo, en Santander. Lo primero que me contó era lo bien que me pagarían, lo estupenda y prolongada que podría ser mi estancia en el Palacio de la Magdalena y la cantidad de familiares que podrían acompañarme durante esos días. Cuando logré que parara el carro y me informara de qué pretendía que hablara yo, resultó que se trataba de un tema del que no tengo ni idea. Se lo dije, y me respondió: “¿Y qué importa? ¡Seguro que sales airoso!” Excuso decir que decliné la invitación.
He estado en algún curso de verano más. Incluso dignos. Son raros, pero los hay. Lo malo es que los dignos están mal pagados y te parten las vacaciones por la mitad.
Visto lo visto, decidí no volver a acudir a ninguna universidad de verano. Una decisión tan radical como innecesaria, porque no han vuelto a invitarme a ninguna.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: Balones fuera.