Tuve en tiempos un colaborador periodístico que, pese a pertenecer a la dirección de una secta religiosa que se impone el voto de castidad, escribía con anonadante frecuencia sobre la importancia del sacramento del matrimonio. Se lo dije varias veces: “Pero, hombre, ¿por qué no escribes sobre los asuntos que conoces por propia experiencia, y no de oídas?”.
De ese estilo es el sector de la jerarquía católica española afín a Rouco Varela que ha vuelto a convocar una manifestación de masas (o de misas) con la pretensión, dice, de salir “en defensa de la familia”.
El acto central tendrá lugar en Madrid mañana, 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes. La fecha está bien elegida, porque la iniciativa tiene todas las trazas de una inocentada. ¡Gente que ha renunciado a fundar una familia se erige en defensora a ultranza de aquello que ella misma no ha hecho nada por perpetuar! Yo tengo varios amigos que se merecerían un monumento como defensores de la institución familiar, porque no se han limitado a impulsar una familia, sino que han fundado varias, tras sucesivos divorcios. Eso se llama predicar con el ejemplo.
La trampa que tienden a la sociedad española los jerarcas vaticanistas es de lo más burda (aunque no necesariamente ineficaz): pretenden que sólo son realmente familias aquellas familias que se atienen a sus criterios dogmáticos. Deberían reconocer que no defienden “la familia”, en general, sino tan sólo un tipo de familia: la que a ellos les gusta.
La familia, como modo de agrupación humana, no corre ningún peligro. Con el paso del tiempo, va adquiriendo nuevas formas, cual Visnú, pero se mantiene sólida. ¿Para bien o para mal? A saber.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (27 de diciembre de 2008). También publicó apunte ese día: Con razón o sin ella.