Allá por los primeros ochenta del pasado siglo, un familiar me regaló uno de los primeros vídeos llegados al mercado español. (Me preguntó: “¿Qué prefieres? ¿Un ordenador o un vídeo?”. Y yo le respondí: “Un vídeo. No creo que utilice nunca un ordenador”. Fue una muestra de mi proverbial perspicacia.)
El vídeo, que a mi benefactor le salió por una pasta gansa, funcionaba por el sistema betamax. Me puse a grabar películas como un poseso. Sin embargo, pocos años después se impuso el sistema VHS y los beta desaparecieron, dejándonos a muchos usuarios con un palmo de narices.
La misma experiencia la he padecido en bastantes otros terrenos. Hago un breve recuento: 1º) Atesoro una pequeña colección de discos de baquelita, auténticas piezas de colección… que no puedo oír porque funcionan a 78 r.p.m., una velocidad que los actuales giradiscos (los que quedan) ya no ofrecen. 2º) Tengo un montón de disquetes de ordenador de 3 ½, con textos archivados, que me cuesta utilizar, porque los nuevos ordenadores vienen sin disquetera. 3º) Los actuales portátiles tampoco tienen entrada para las tarjetas PCMCIA: otra antigualla, por lo visto. 4º) Fabriqué durante años la tira de carátulas de discos con un programa que es incompatible con los sistemas operativos de los ordenadores de ahora. O sea, que como si nada. 5º) Mi colección de vídeos VHS va camino de quedarse también en filfa, porque en el mercado normal no hay ya reproductores de calidad. 6º) Para remate, leo que dentro de poco los CD y los DVD también van a irse al guano, aplastados por sistemas mucho más estupendos.
¿Conclusión? Que no hay modo de coleccionar nada. Ni música ni cine.
Menos mal que aún quedan los libros.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de diciembre de 2008). También publicó apunte ese día: La suerte.