Tanto más se van perfilando las posiciones de los gobiernos que van a asistir a la cumbre convocada por George W. Bush para poner remedio a la crisis económica y financiera internacional –esté finalmente allí Rodríguez Zapatero o no–, tanto más claro queda que no llegarán a nada concreto. “Words, words, words”, que le diría Hamlet a lord Polonius. Otra sesión más de cháchara vacua.
Para empezar, ni siquiera están de acuerdo en el planteamiento general de los objetivos del encuentro. Mientras Nicolas Sarkozy y algún otro dirigente europeo hablan de la necesidad de “refundar el capitalismo”, Bush insiste en que de lo que se trata es de resucitar el neoliberalismo.
A decir verdad, lo de “refundar el capitalismo” tiene su aquel. Primero, porque el capitalismo no procede de ningún acto fundacional: fue un destilado histórico, inicialmente medio francés medio británico, que hizo fortuna y acabó imponiéndose en el planeta entero, en algunos países por maduración de las condiciones económicas internas y en otros –sobre todo en el Tercer Mundo– por imposición. Segundo, porque los “nuevos fundamentos” a los que apela Sarkozy no tienen nada de nuevos: los propuso John Maynard Keynes tras estudiar las razones del gran crack de 1929. El hallazgo teórico del presidente francés, según el cual los estados deben intervenir en la economía para corregir los excesos del libre mercado y mitigar los efectos más perniciosos de las crisis cíclicas, tiene nada menos que 72 años.
Otra cosa es que la propuesta de Sarkozy encierre mucho más sentido que la de Bush, al que lo único que se le ocurre es que los estados regalen el dinero de los contribuyentes a los tinglados financieros en dificultades para que sigan haciendo más de lo mismo.
Pero, en todo caso, lo que no se ve es cómo podrían arreglárselas para sintetizar ambas recetas, porque son antagónicas. Tampoco está nada claro cómo, incluso aunque llegaran a acuerdos, podrían hacer que los mercados, a los que han concedido en los últimos años un margen de libertad casi total, se avinieran a aplicarlos.
Esa reunión amenaza con servir sólo para distraer a la galería.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de octubre de 2008).