George W. Bush es un hombre de capacidades bastante limitadas. No digo que su nivel cultural sea deficiente –que lo es–, sino que su intelecto no le ofrece mucho margen de maniobra. Ha habido y hay gente ignorante, pero lista, astuta. No faltan los ejemplos históricos. Lo malo de Bush es que falla por ambos lados.
Valdría la pena interrogarse por qué la alta política mundial segrega cada vez más dirigentes de pocas luces. EE.UU. se lleva la palma. En los últimos decenios han tenido a Gerald Ford, a Ronald Reagan y a este Bush de ahora: tres personajes con cierto desparpajo, pero de torpeza manifiesta. (Nosotros tampoco estamos faltos de elementos así: lean las últimas petulancias de José María Aznar sobre el cambio climático y lo comprobarán. Nadie con dos dedos de frente se pone a pontificar en público sobre un problema científico sin tener ni idea, como demostró él, aplicando al futuro del planeta su estrafalario principio del vino y la carretera.)
Se trata por lo común de individuos que se creen que, si han pasado por tan altos cargos, es obvio que son geniales, lo que alimenta en su ego una particular resistencia al retiro. George W. Bush ya está en ésas. ¿A qué viene organizar una cumbre mundial sobre la crisis económica que habrá de celebrarse cuando él ejerza tan sólo de presidente en funciones? Aparte de que haya demostrado que sus puntos de vista sobre el particular son más bien erráticos, lo esencial es que no está en condiciones de adoptar ningún compromiso, porque no podría llevarlo a la práctica en ningún caso. Tendría que hacerlo su sucesor. De querer hacerlo.
¿Considera que una reunión de ese estilo es realmente urgente? Pues proponga que la organicen Francia, Alemania, Japón o Brasil, que no están en la situación de provisionalidad política en la que se encuentra EE.UU.
De todos modos, el empeño de Zapatero en que se le invite a esa reunión me da que tiene más que ver con el fuero que con el huevo. Dudo de que allí se decida gran cosa y de que, caso de que se decida algo, los mercados hagan caso.
Eso sin contar con que quien no ha participado en un pacto tampoco tiene por qué respetarlo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (26 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: El cambio de hora.