Un partido político que sólo es conocido por el nombre de la persona que lo preside no es un partido político; es una secta. ¿Alguien sabe qué dice el programa de la llamada UPyD sobre la política de reforestación en Castilla-La Mancha, el respaldo estatal a las pequeñas y medianas empresas, la entrada de Turquía en la UE o la guerra de Israel contra Palestina? No digo que el chiringo de Rosa Díez no tenga opinión unificada sobre esos asuntos. Digo que, si la tiene, casi nadie lo sabe y, en todo caso, a casi nadie le interesa.
Rosa Díez es un trasunto tardío de Alejandro Lerroux, salvando su falta de republicanismo (y su bigote, claro). El llamado “emperador del Paralelo” alcanzó notoriedad gracias a la virulencia demagógica de sus ataques contra el catalanismo, como Rosa Díez lo está consiguiendo españoleando, haciendo como si ella no hubiera formado parte de un Gobierno presidido por el PNV. Es la sucesora natural de Jaime Mayor Oreja, y es de ahí de donde puede sacar más beneficio, porque Mayor Oreja ya tiene muy escaso recorrido –ni siquiera él confía demasiado en sí mismo– y porque el PP tiene tantas pendencias internas que hasta los más furibundos antinacionalistas del País Vasco le ven poco futuro. Ella tiene dos ventajas: puede decir que es de izquierdas, por su procedencia del PSE-PSOE (aunque todo ello sea discutible), y puede presumir de ser antinacionalista (y eso sin necesidad de demostrarlo, porque es evidente).
¿Mi vaticinio? Supongo que, como suele suceder con casi todos los partidos basados en un supuesto líder carismático, el de Rosa Díez no durará demasiado. Carece de consistencia política. Pero, entretanto, le seguirá quitando votos al PP.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de febrero de 2009). También publicó apunte ese día: Nada de censuras.