La experiencia demuestra que muchos protagonistas de las más altas esferas de la política son reacios a retirarse por completo. O sea, a retirarse. Tratan de seguir controlando su viejo predio, por activa o por pasiva. Es una querencia que no tiene que ver con su bienestar material, porque suelen quedar en posición económica más que desahogada y lo único que consiguen volviendo al proscenio es complicarse la vida, pero se ve que no aguantan que sus sucesores les enmienden la plana, sobre todo cuando fueron designados por ellos.
De los exjefes del Gobierno de España, el único que escapó a esa norma fue el efímero Calvo-Sotelo, cuya mayor muestra de inteligencia fue comprender que, si no había tenido nada que decir como presidente, era improbable que mejorara su biografía dándose ínfulas como ex.
En el extremo opuesto se sitúa José María Aznar. El espectáculo que ha ofrecido en el Congreso valenciano del PP, ejerciendo de Júpiter tonante (¿o es tunante?) para poner en aprietos a Mariano Rajoy tratándolo con abierto desdén, ha resultado antológico. Sus allegados no sabían ni como justificarlo ante la prensa: “Bueno, ya se sabe que es de Valladolid…”, balbució una azorada Celia Villalobos, haciendo como si no supiera que Aznar es madrileño.
Aznar pretende estar en misa y repicando, o sea, haciendo negocios privados y marcando el paso en la vida pública. Es llamativa la desproporción que hay entre su categoría intelectual real y la que él se atribuye. Se ve que es uno de ésos que, como diría Machado, confunden valor y precio.
Ahora desdeña el intento de Rajoy de retornar al llamado “centro” (a la derecha moderada) y jalea al sector más ultra del PP. Se ha olvidado de que, cuando luchó para desalojar a Felipe González de la Moncloa, él también se disfrazó de centrista y moderado, cultivó la amistad de Xabier Arzalluz y hasta habló catalán en la intimidad (lo cantó, más bien: sólo se sabía la Cançó de matinada, de Serrat).
Se ve que ahora piensa que Rajoy, el sucesor que eligió a dedo, está a punto de arruinar su obra histórica. Ha olvidado que fue él quien condujo al PP a la derrota. Eso sí: con mano muy firme.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: El fútbol y el azar.