En los tiempos en los que me tocó estudiar el bachillerato, a los críos nos enseñaban que Fernando Poo y Río Muni eran dos provincias “tan españolas como Burgos o como Cuenca”, aunque estuvieran en el Golfo de Guinea, en el África central. Y de hecho eran dos provincias españolas, sometidas al mismo régimen legal (y dictatorial) que todas las demás, con su gobernador, sus procuradores en Cortes y todo el resto de la parafernalia.
Debo admitir que a mí aquella pretensión no me producía ninguna extrañeza, porque también teníamos en África las dos provincias canarias, el Sahara Español y las plazas de Ceuta y Melilla, todo lo cual, según nos adoctrinaban, era parte integrante de la nación española, única e indivisible.
Ahora van a cumplirse cuatro décadas de la fecha en que las dos provincias españolas del Golfo de Guinea se independizaron y dieron nacimiento a la República de Guinea Ecuatorial, dejando de un día para otro de ser “tan españolas como Burgos o como Cuenca”. Pocos años después pasaría lo propio con el Sahara Español. (Ambos procesos, de puro y simple abandono, resultaron desastrosos, pero ése es otro asunto.)
¿Rompieron Guinea Ecuatorial y el Sahara Occidental sus lazos con el Estado español porque estaban lejos y sus poblaciones tenían rasgos étnicos y culturales específicos? Sí, en parte, por supuesto; pero la lejanía y la diversidad cultural no siempre cristalizan en procesos independentistas, como muy bien saben en Hawai, en Saint-Pierre, en Nueva Caledonia y en bastantes más lugares del mundo, cuyos habitantes han optado por seguir unidos a sus estados de adopción por razones de conveniencia económica. A cambio, la proximidad territorial y cultural tampoco vacunan contra el desarrollo de los independentismos, según se ha visto en toda la Europa del este.
Lo que sucedió con Guinea y el Sahara, en lo fundamental, es que querían separarse de España, y España, absorta en sus propios líos, no sabía qué hacer con ambos territorios.
Ésos son los elementos que acaban siendo decisivos en la aplicación del llamado derecho de autodeterminación, y no los rollos sobre las naciones “únicas e indivisibles”.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de septiembre de 2008). También publicó apunte ese día: Tienes 100 e-mails.