Leo por encima en El País de hoy un reportaje sobre los problemas que puede generar el correo electrónico, tan útil a veces, tan problemático muchas más. Habla de la conveniencia de borrar, sin abrirlos siquiera, todos los mensajes que no tengan una procedencia clara y una sólida razón de ser contrastable a primera vista. Yo lo hago, y no por gusto, sino por meras razones de supervivencia: si los leyera (incluso una vez liquidados los spam y los que contienen bromas y ocurrencias de gente conocida), debería dedicar media jornada diaria a esa tarea, y no estoy en condiciones. Incluso en pleno agosto he seguido recibiendo más de cien mensajes diarios.
Me cuentan que alguien ha escrito en Público que el hecho de que no responda a las opiniones que se vierten sobre mis columnas demuestra que desprecio a los lectores. Es un despropósito. No sé cuántos lectores tendrán mis columnas en Público, pero desde luego bastante más del puñado que escriben, a veces a diario, para expresar sus acuerdos, sus divergencias o sus puntos de vista personales sobre el asunto que sea. De modo que, en primer lugar, no son “los lectores”, sino unos pocos lectores. Y, en segundo lugar, no los desprecio en modo alguno. Sencillamente, no tengo tiempo de mantener constantes polémicas cuasi privadas con todo aquel que discrepe de lo que he escrito (o de lo que él ha interpretado que he escrito). Mi tiempo disponible para el trabajo da de sí lo que da.
En sus primeros años, El Mundo encargaba a una empresa especializada que sondeara la valoración que hacían los lectores sobre los columnistas del periódico. Supongo que la empresa sería Sigma Dos, pero no lo recuerdo con exactitud. Fuera quien fuera, elegía una muestra de los lectores tenida por significativa y los interrogaba. Como yo era por entonces jefe de Opinión del diario, tenía acceso a los resultados. Y puedo asegurar que los miraba con muchísima atención. ¿Despreciar el criterio de los lectores? ¡Y un cuerno! Lo que pasa es que diez, veinte o treinta lectores no son, ni de lejos, una muestra representativa. (Por cierto que uno de los primeros chascos que me llevé fue comprobar que un porcentaje importante de los lectores de El Mundo pasaba olímpicamente de mis columnas: declaraba que no las leía nunca.)
Lo que puedo entender muy bien, en todo caso, es que resulte francamente irritante escribir a un menda y que no te responda, o peor aún, que tu mensaje te sea devuelto como spam. Tengo un amigo que me mostró su extrañeza porque todos los correos que me envía le son devueltos por mi programa de depuración automática de e-mails como si fueran basura. Para estas alturas, ya nos lo tomamos a coña. Pero otros, que no tienen la facilidad de acceso telefónico que tiene él para aclarar las cosas, seguro que están moscas y piensan que desdeño responderles.
Dicho lo cual, ¡albricias! He conseguido recuperar el archivo de correos electrónicos del verano, que perdí al regreso de vacaciones por culpa de un fallo informático. A algunos podré responderles ahora.