En España, el habla pública va por modas. Y también buena parte de la escritura de los medios.
Cuando regresé de Francia, descubrí que todo lo que ocurría por aquí era “a nivel de” algo: “a nivel político”, “a nivel económico”… Poco después, me tocó comprobar que en nuestra prolija realidad ya no había ni asuntos, ni materias, ni quehaceres, sino sólo temas. “En cuanto al tema de…”, se puso a decir sin parar la parroquia político-periodística, aunque estuviera más que claro que no estaba formulando el enunciado de ningún discurso. A la par, cualquier hecho de mero detalle o fortuito pasó a convertirse en “puntual”, como si se caracterizara por llegar a la hora exacta.
Se nos vino encima a continuación una catarata de “filosofías”. Hasta las ocupaciones más corrientes y molientes encontraron su particular filosofía. Se lo oí a un dirigente sindical agrario: “Este año, la filosofía del cultivo de la patata…” Enternecedor.
Acto seguido vino la manía de las oraciones sin verbo principal (“Finalmente, decir que…”) y los inicios de respuesta fijos, siempre haciendo la pelota al entrevistador: “Así es” y “La verdad es que…”
Ahora mismo, los latiguillos más en boga son “entre comillas” y “un poco”. Se dice “entre comillas” y “un poco” cada dos por tres, como método –casi siempre inconsciente, me temo– de mostrar al universo mundo cuanta moderación y templanza caracterizan a quien habla.
Tanto más se endurece la realidad, tanto más se ablanda el idioma. Es decir, el pensamiento. Muchos políticos y periodistas huyen de expresarse de manera tajante con respecto a lo que sea (siempre que no esté catalogado como parte del eje del mal, obviamente) por dos razones: porque su propia concepción del mundo es esencialmente acomodaticia, vaporosa y maleable, y porque intuyen que, de pronunciarse sin paliativos sobre lo que acontece, desagradarían a las sacrosantas clases medias, lo que podría comprometer sus fuentes de subsistencia.
Además, en la medida en que hablan y escriben como el resto (aunque sea igual de mal), demuestran que forman parte de la corporación del Poder. Que, a fin de cuentas, es lo que más les importa.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (19 de mayo de 2008). También publicó apunte ese día: Qué rollo.