Hugo Chávez anima a sus seguidores a promover una consulta popular que le permita repetir su mandato presidencial y muchos de nuestros probos comentaristas están escandalizados.
Es curioso cómo funcionan. Si la población de tal o cual estado europeo rechaza en referéndum una reforma importante del funcionamiento de la UE –ha habido varias que han padecido esa suerte–, a nuestros guardianes de la pureza democrática les parece estupendo que el asunto vuelva a someterse a votación al cabo de unos pocos meses, a ver si tiene mejor suerte, e incluso aplauden que se busque un subterfugio para sacar adelante el proyecto sin necesidad de que pase por las urnas, no vaya a ser que sea derrotado de nuevo. En Dinamarca, en Francia y en Irlanda saben algo de estas cosas.
No hay ningún principio rector de la democracia que establezca que lo decidido en un referéndum no pueda ser rectificado en virtud de otro referéndum posterior. No sólo porque el propio electorado experimenta transformaciones generacionales, sino también porque cada votante puede cambiar de opinión en función de las circunstancias. (Un dato curioso: según el último Sociómetro Vasco, recientemente dado a conocer, una proporción considerable de la población vasca declara que apoyaría o rechazaría en las urnas la independencia de Euskadi según cómo viera las cosas en el momento de producirse la votación.)
En resumen: que casi todo en esta vida es legítimo, a no ser que sea el jefe de Estado venezolano quien lo proponga.
“¡Quiere convertir su presidencia en vitalicia!”, claman algunos. Ya. No como Juan Carlos I, quien, como todos sabemos, abandonó el cargo al cabo de dos mandatos, tras pasar por las urnas.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (2 de diciembre de 2008). También publicó apunte ese día: Mikel Laboa.