Me fascinan los servicios de estudios dedicados a la prospectiva. Envidio la presencia de ánimo de sus responsables, a los que no desalienta lo más mínimo que la mayor parte de sus predicciones no se cumplan jamás. Vuelven a la carga a la primera de cambio con el mismo aplomo y el mismo aire de manejar una ciencia exacta, inaccesible al resto de los mortales. No conocen el desaliento, y aún menos la autocrítica.
A veces yerran incluso en las previsiones a más corto plazo, según estamos comprobando con la actual crisis económica. Dicen: “La economía mejorará a partir de la primavera de 2009”. Y dos semanas después: “La recesión durará hasta bien entrado el 2010”. Pero el hecho de no tener ni idea de por dónde va lo que tienen delante de las narices no les impide hacer vaticinios a muchísimo más largo plazo, siempre con idéntica firmeza.
El Consejo Nacional de Inteligencia de los EE.UU. acaba de publicar un informe que prevé que su país perderá en el plazo de dos décadas su hegemonía sobre el mundo. ¿Y quién le asegura al CNI de Washington que eso no ocurrirá antes? El informe Tendencias globales en 2025 maneja tantos factores variables, sujetos a tal cantidad de contingencias imprevisibles, que vuelve absurda la pretensión de sus autores de saber cómo será el mundo dentro de 17 años.
Guardo yo como una joya del humor involuntario un libro que publicó el Instituto de Ciencias de la URSS hace 50 años y que tituló: ¿Cómo será la URSS del siglo XXI? El tocho tiene cientos de páginas, pero en ninguna se da la respuesta correcta a la pregunta del título: “¿Que cómo será la URSS del siglo XXI? De ninguna manera. Habrá desaparecido”.
¿Y los EE.UU. de 2025? A saber.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (29 de noviembre de 2008). También publicó apunte ese día: El taller de cristos.