Pretende el tópico que a todo nuevo gobernante hay que concederle 100 días de tregua antes de juzgarlo. Nunca he sabido muy bien por qué. Si se trata de evaluar el conjunto de su labor, 100 días es un plazo realmente muy exiguo. En cambio, no veo qué necesidad hay de esperar 100 días para aplaudir o criticar tal o cual afirmación o ésta o aquella medida concreta de gobierno.
Barack Obama asume hoy el cargo de presidente de la primera potencia mundial. Horas antes de poner la palma de su mano encima de la Biblia para formular el solemne juramento (por cierto: qué vicio tienen en EE.UU. de meter la religión hasta en la sopa), ya ha conseguido mosquearme.
Adoptando un aire entre beatífico y perdonavidas, el nuevo presidente ha asegurado que siempre ha considerado que su antecesor, George W. Bush, es “una buena persona”. ¿Cómo interpretar tan estrafalaria afirmación? ¿Será que el exsenador de Illinois tiene averiadas las neuronas que permiten detectar a los tipos sin entrañas, capaces de declarar guerras por su cuenta y matar a mansalva pretextando motivos falsos? ¿O será que a él tampoco le importa lo más mínimo decir lo que sea, por manifiestamente falso que resulte, si entiende que eso mejora su imagen?
Ambas hipótesis resultan francamente inquietantes. A cual peor.
De todos modos, no me opongo a que nos lo tomemos con calma. Me parece bien que volvamos a hablar del nuevo presidente de los EE.UU. dentro de 100 días. Veremos qué opinan para entonces las gentes de buena voluntad que ahora miran embelesadas su llegada a la Casa Blanca, como si fuera la ascensión a los cielos del anti-Bush.
No 100 días: vamos a tener bastantes años para hacer balances y más balances.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (20 de enero de 2009). También publicó apunte ese día: La cuenta atrás.