Leo unas declaraciones del portero del AC Milan Christian Abbiati (que, por cierto, pasó una temporada jugando en el Atlético de Madrid). “Hago míos”, dice, “algunos valores del fascismo: la patria, el orden social, el respeto por la religión católica. No comparto sus errores (…), pero basta de considerar el fascismo como un tema tabú”. Abbiati está en la línea de Paolo Di Canio, que se hizo célebre por festejar un gol haciendo el saludo mussoliniano.
La propia frase revela la hipocresía de Abbiati. El fascismo nunca ha sido en Italia un tema tabú. De hecho, se ha hablado y escrito muchísimo sobre él. Lo que durante decenios ha estado mal visto allí por la gran mayoría no es “el tema del fascismo”, sino ser fascista.
Y eso es precisamente lo que está cambiando. Se está produciendo en Italia una galopante recuperación de lo que el guardameta del Milan llama “valores del fascismo”, que conllevan una concepción excluyente y atrincherada de la nación (del Estado, más bien) y una defensa de la disciplina social conforme al modelo de la vieja derecha intolerante.
No son preferencias meramente ideológicas sobre las que divagar con los amigos tomando un ristretto en la terraza de una cafetería, sino opciones que están teniendo ya expresiones prácticas muy graves. La persecución de los gitanos y las normas legales de tufo xenófobo constituyen el lado más visible de esa corriente, pero a ello hay que añadir los malos tratos policiales y las agresiones a personas de aspecto distinto perpetradas por fanáticos más o menos organizados: quema de chabolas y palizas a inmigrantes (o a italianos tomados por inmigrantes), a veces con resultado de muerte.
“¡Ese Berlusconi!”, sentencian algunos. ¿Ese Berlusconi? El primer ministro italiano nos podrá parecer a muchos un histrión de opereta y un corrupto, pero convendrá que recordemos que no ocupa ese sillón porque le haya tocado en una tómbola. Lo ha logrado gracias al voto de sus conciudadanos. Berlusconi no es sólo un espécimen humanoide más o menos grotesco; es también, por desgracia, un fenómeno social.
Así es como están las cosas. Y no sólo en Italia, ni mucho menos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (8 de octubre de 2008). También publicó apunte ese día: Ekaizer.