El viernes pasado publiqué aquí mismo una columna en la que conmemoraba el 25º aniversario de la promulgación de la encíclica Humanæ Vitæ, de Pablo VI. Todavía no era mediodía y ya había recibido un buen puñado de recados señalándome que mi información era inexacta: hace 25 años, para empezar –me decían–, Pablo VI ya ni siquiera vivía. Me quedé perplejo. Yo me había basado en una cronología de acontecimientos históricos bastante completa y rigurosa que suelo manejar y, además, había consultado un buen puñado de documentos para asegurarme de que el recuerdo que guardaba del escrito papal no traicionaba su contenido. ¿Cómo se me podía haber colado un error de tanta monta?
Empecé por reprocharme no haber contrastado la fecha en más fuentes. “Típico patinazo de periodista con exceso de aplomo”, reflexioné. “Como esa cronología te ha funcionado bien tantas veces, ya la das por infalible. Bajas la guardia y, si contiene un error, te lo cuela”.
Pero algo fallaba también en esa explicación, porque repasé las demás referencias que había manejado para escribir la columna y todas aportaban la misma fecha: la Humanæ Vitæ vio la luz el 25 de julio de 1968.
Tardé algo así como un cuarto de hora (¡creedme!) en comprender que mi error había sido, a la vez, de más bulto y más obvio. Tan gordo que, a fuerza de tenerlo todo el rato delante de las narices, no lo veía. Sencillamente, entre el 25 de julio de 1968 y el mismo día de 2008 no habían transcurrido 25 años, sino 40.
Mi cultura general presenta extensas y profundas lagunas, no lo niego, pero sumar, lo que se dice sumar, sé hacerlo.
Al final, la anécdota me pareció, amén de cómica, aleccionadora: vi cuán fácil resulta obcecarse en apreciaciones en las que no nos detenemos ni poco ni mucho, porque tomamos por evidentes y damos por descontadas. ¿No reside ahí el arte del ilusionismo y, en parte, también el de la política? Ambos consiguen que haya asuntos que, a fuerza de parecer de cajón, el público los asume sin examen previo.
Pero yo me quedo con la lección interna: más que de los demás, hemos de desconfiar de nosotros mismos. Nunca lo haremos lo suficiente.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (31 de julio de 2008).