No soy capaz de formular un juicio unívoco –valga la paradoja– sobre el estamento judicial. He conocido jueces y fiscales de mente abierta y democrática y he sufrido a otros cuyo comportamiento no desentonaría nada en una historia del Santo Oficio. Y sé de qué hablo: he frecuentado a la tira, unas veces como periodista, otras personalmente (como amigo o como enemigo) y otras como imputado.
También los he visto afanados y los he visto vagos. No son categorías paralelas. Los hay que presumen de progresistas pero trabajan el mínimo imprescindible (o ni siquiera eso) y los hay carcas como ellos solos que meten horas sin parar.
Estos últimos son decididamente los más dañinos. Lo mejor que pueden hacer los jueces y fiscales tardofranquistas, que los hay a mogollón, es no dar ni sello. Si se declararan en huelga permanente, eso que saldríamos ganando los demás. “El juez Fulano es un borracho de mucho cuidado”, te cuentan. “¡Excelente! Mientras esté borracho –comentas–, no cometerá demasiados desafueros. Mucho peor sería que fuera cocainómano, porque los que le dan a la cocaína no paran de trabajar y de provocar desastres.” Y lo dices pensando en más de uno.
En tiempos tuve la fortuna de beneficiarme de la vaguería de un juez muy reaccionario pero muy indolente. Recibió el sumario en el que se me inculpaba de un delito de insumisión y lo dejó descansar, hasta que muchos otros sumarios, que tampoco atendió, fueron reposando encima. Al final, se olvidó de mi existencia. Ganancia neta para los dos.
Ahora hay mucha preocupación porque algunos jueces amenazan con declararse en huelga un par de días. Pues que lo hagan. Salvo en unos cuantos casos, apuesto a que apenas se nota.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (28 de enero de 2009). También publicó apunte ese día: La excusa.