Un periodista iraquí lanzó el pasado domingo en Bagdad dos zapatos contra George W. Bush durante una conferencia de prensa. También le increpó llamándole “pedazo de perro”.
No soy un fervoroso admirador de George Bush –quizá a veces se me note–, pero desapruebo la acción y los gritos del periodista iraquí.
En primer lugar, porque detesto el vicio de insultar llamando “perro” o “perra” al oponente. Es una manía universal que no viene a cuento. La especie canina, salvo casos especiales, posee un montón de virtudes, afirmación dudosamente extensible a la raza humana.
Pero lo que peor me cae de la acción del periodista iraquí es la beligerancia de su gesto.
A lo que tiene que dedicarse un informador es a informar. Mientras ejerce de informador, debe prescindir de sus visceralidades personales. Luego, en sus horas libres, puede decir y hacer lo que le dé la gana, como cualquier otro ciudadano, pero no mientras está cubriendo la función social de recabar y difundir datos.
Por estos pagos, en 2001, el entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, realizó una purga política en la televisión autonómica porque emitió un documental sobre Euskadi a cuyos autores, según él, les faltó “beligerancia”. Hay gente que no entiende que el informador no acude a las guerras para combatir en ellas (que eso es ser beligerante), sino para relatar lo que ve y proporcionar los elementos de juicio necesarios para que cada cual se haga su propia composición de lugar.
En tiempos, en el oficio periodístico se consideraba obligado distinguir la información de la opinión. Ahora me da que va a ser necesario empezar a distinguir también la opinión del zapatazo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (16 de diciembre de 2008).
Nota de edición. Un par de días más tarde, Javier publicó un apunte sobre esta columna: Cosas de deontología.