Reprochan a Ruiz Gallardón haber intentado servirse de la alcaldía de Madrid como trampolín para impulsarse a cotas más altas de poder.
Para que algo así escandalice, hace falta saber bastante poco sobre los usos y costumbres de la política profesional. En Francia es casi un sobreentendido: todo el mundo da por hecho que la mayoría de los que se postulan para alcaldes de las principales capitales (empezando por París, bien sûr) lo hacen con la vista puesta en los más altos cargos del Estado. Chaban-Delmas saltó de la alcaldía de Burdeos a la Jefatura del Gobierno. Chirac pasó del Ayuntamiento de París a la Presidencia de la República. Son muchos los que han sacado partido de otros cargos de poder local con idéntico fin: ahí están Ségolène Royal, presidenta del Consejo de Poitou-Charentes, y el propio Nicolas Sarkozy, quien, antes que ministro, fue presidente de Consejo departamental de los Altos del Sena.
En general, la ventaja que presentan los puestos de ámbito local, empezando por las alcaldías, es que lucen mucho y, a nada que quienes los ejercen no sean demasiado corruptos (o no se les note que lo son), desgastan muy poco. Basta con adecentar los cascos antiguos, inaugurar unos cuantos museos, peatonalizar las calles más garbosas, plantar unos cientos de árboles, construir varios pasos subterráneos para descongestionar el tránsito urbano… y ya está: a partir de eso, a visitar residencias de ancianos, a dar la mano a los transeúntes y a besar a los niños.
Esa técnica, tan cara a Gallardón, es necesaria, pero no suficiente. Puede bastar para ser reelegido alcalde, como los Pacheco, Vázquez y demás Elorza han demostrado repetidamente, cada uno en su momento. Pero para saltar a las cumbres del poder estatal se requiere, además, tener el respaldo de un partido con una estructura orgánica y financiera muy poderosa, y apoyos internacionales, y el visto bueno de la Banca, y la labor machacona de algunos grupos mediáticos comprometidos a fondo con el proyecto...
Él creyó que podía lanzarse al vacío sin red, apelando a sí mismo, sin más. Ahora ya sabe qué amargas facturas pueden pasar la petulancia y el engreimiento.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (22 de enero de 2008). También publicó apunte ese día: Cuatro vientos fuertes.
Comentarios
Según mi opinión, este hombre tiene sus días contados como político:
A) dentro de su partido no tiene nada que hacer, so pena que el PP pasara de ser un partido de extrema derecha a un partido de derechas a secas, cosa que me parece difícil a corto, y muy difícil a medio o largo, visto el cariz que están tomando las cosas en Europa.
B) fuera de su partido tiene menos aún que hacer. Un tipo que ha estado involucrado en una de las mayores operaciones urbanístico-especulativas de Occidente "tiene" que estar pillado por completo (comisiones, adjudicaciones caprichosas, contratos fraudulentos, mordidas, cuentas secretas...), y esas pruebas, prolijas sin duda, obra en poder de su actual partido.
En fin; que por fas o por nefas, ese tío está quemado.
Escrito por: Francisco Bartolomé.2008/01/22 09:35:44.855000 GMT+1
Escrito por: Antonio Gil.2008/01/22 10:44:28.354000 GMT+1
Escrito por: jesus cutillas.2008/01/22 10:45:49.049000 GMT+1
Escrito por: jesus cutillas.2008/01/22 10:49:2.440000 GMT+1
Escrito por: Ego.2008/01/22 10:53:28.796000 GMT+1
Gracias Javier por poner las cosas claras y señalar lo complejo de nuestro sistema :
1. Profesionalización política
2. Marketing publicitario, la consigna, el slogan.
3. Apoyo financiero y mediático- los formadores de masas
4. Estructura piramidal-militar de los partidos
¿queda algo de democrático por aquí?
Y el partido del historiador de la filosofía Savater, un grupo de privilegiados desencantados de los sociatas ....
Escrito por: orlando.2008/01/22 19:43:25.706000 GMT+1