Según los portavoces policiales de Francia y España, los dirigentes de ETA detenidos en las últimas semanas estaban obsesionados por su seguridad. Puede que así fuera, pero es obvio que eso no los volvió más eficaces. Están cayendo uno tras otro en manos de la policía a velocidad de vértigo.
Es el conjunto el que hace agua. No estamos sólo ante el estrepitoso fracaso de unas normas de clandestinidad, sino también ante el de toda una línea política errática, descabellada.
Esta hornada de jefes de ETA forma parte del sector que optó por boicotear la última tregua y romper la negociación destinada a poner fin a su cruento recorrido. Es gente que estaba convencida de que podía doblegar al Estado español por la vía de la intensificación de su acción violenta. Un planteamiento que se ha revelado erróneo por los cuatro costados. Para empezar, se ha visto que no estaban en condiciones de lanzar una ofensiva terrorista como la que planeaban. En segundo lugar, los atentados que han cometido, por odiosos que hayan sido, no han debilitado en lo más mínimo las posiciones del Estado. Más bien todo lo contrario. En tercer término, han colocado en una posición casi imposible a su debilitada base política y social, es decir, a la izquierda abertzale. En fin, han arruinado las iniciativas que se estaban poniendo en marcha para resucitar un frente político como el que se pergeñó en su día en Estella-Lizarra.
Yo no considero, como sentenció un diputado francés (nota de edición: apunte de Ortiz sobre este dato: ¡Cuídate de ti mismo!) otras la ejecución del duque de Enghein en 1804, que un error pueda ser peor que un crimen, pero sí creo que una gente que acumula tantos crímenes y errores juntos acaba siendo más útil a sus enemigos que a sus supuestos amigos.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (10 de diciembre de 2008). También publicó apunte ese día: La presunta obsesión por la seguridad.