Cada uno habla de la feria según le va en ella. Este año tengo la satisfacción de no haber publicado ningún libro propio, con lo cual me libraré del trauma de pasar unas cuantas horas en una caseta de la Feria del gremio, en el parque de El Retiro, esperando que alguien compre un ejemplar y me pida que se lo dedique.
Es un tipo de experiencia que tiene dos aspectos. Ambos traumáticos.
El primero es ése al que acabo de aludir. Te sientas en la caseta de la editorial que te ha publicado, o del diario para el que trabajas, y vas viendo cómo la gente pasa. En todos los sentidos.
De vez en cuando (muy de vez en cuando), alguien se detiene, otea la oferta, repara en tu libro, lo toma, lo hojea, mira la solapa, ve tu foto, hace una descarada comparación estimativa entre la fotografía y tu aspecto real y, después de un rato, te pregunta con aire displicente: “Y esto, ¿tiene interés?”. Una grosería a la que, en todas las desdichadas ocasiones en que me ha tocado pasar por ese trance, siempre he respondido: “¿Interés? Pues, si quiere que le diga la verdad, no mucho”. Entonces dan la vuelta al libro, miran la etiqueta de la contracubierta y mascullan: “Jo, qué caro”. Lo dejan y se van.
Es el preciso momento en el que siempre aparece un niño que te pregunta: “¿Tienen pegatinas? ¿Regalan algo?”.
Ése es el primer aspecto traumático, que puede acabar resultando muy caro, en forma de factura del psicoanalista.
El otro –todavía más lacerante, si cabe– es que, mientras tú estás sometido a ese suplicio digno de Tántalo, en la caseta de enfrente está Ruiz Zafón, o Antonio Gala, o cualquier otro superventas del género, que tiene por delante una cola de cien personas esperando a que les dediquen su última cosa, más que nada para tenerla.
Hace algunos años, un día en el que abandonaba el recinto de la feria deprimido porque sólo había firmado una veintena de ejemplares después de haber estado varias horas expuesto al ridículo general, me topé con un muy afamado periodista. Le pregunté: “¿Qué? ¿Has firmado mucho?” Y me respondió: “Quince”.
¡Qué miserables podemos ser! Como yo había vendido una decena más, su fracaso me levantó el ánimo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (1 de junio de 2008). También publicó apunte ese día: ETA y la ecología.