Va usted de noche por la calle, camino de su casa, y de súbito surge de la oscuridad un individuo que le apunta con una pistola. Pongamos que al asaltante le va lo clásico y que le espeta: “¡La bolsa o la vida!”. Usted, que prefiere la vida a la bolsa (es como lo de “¡Patria o muerte!”; no hay color) se saca la billetera del bolsillo y se la entrega.
El tipo se escapa con ella y usted, todavía con tembleque en las piernas, se dirige apesadumbrado a la comisaría más cercana para presentar la preceptiva denuncia. Y resulta que el comisario, cuando oye su relato de los hechos, le dice que no tiene más remedio que denunciar su comportamiento ante el juez de guardia, porque bien podría ser que lo que usted ha hecho constituya un delito de colaboración con la delincuencia. “¡No me negará que ha contribuido a financiar a un ladrón! ¡Gracias al dinero que le ha dado, ese individuo podrá subsistir y seguir cometiendo delitos!”, le reprocha. Y ordena que, de momento, lo recluyan en una celda. Con lo cual queda usted convertido en víctima por partida doble.
El absurdo kafkiano que acabo de caricaturizar lo practican cada tanto algunos jueces de la Audiencia Nacional. Se empeñan en que es delito pagar el pésimamente llamado impuesto revolucionario de ETA (que es impuesto, y vaya que sí, y por las armas, pero no tiene nada de revolucionario). Y procesan a quienes lo abonan. ¡Qué más quisieran sus víctimas que no pagarlo! Pero si la opción es “la bolsa o la vida”, prefieren la vida.
Recuerdo el caso, hace no muchos años, de varios chefs de la alta cocina vasca (Arzak y Berasategui entre ellos, si la memoria no me falla) a los que acusaron de haberse resignado a la extorsión de ETA. ¡Qué felones! Se supone que deberían haberse plantado en la barandilla de la playa de la Concha y haber clamado: “¡Disparad! ¡He aquí mi pecho heroico! ¡Deseo fenecer por Dios y por la Patria!”
Los jueces de la Audiencia Nacional que, a diferencia de los chefs y de la mayoría de los empresarios, no están la mayor parte del día indefensos y a tiro de cualquiera, pueden permitirse juzgar severamente la falta de heroísmo de los demás. Vaya personajes.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (4 de julio de 2008). También publicó apunte ese día: La sensatez de la crisis.