Hay un considerable mosqueo internacional porque se ha sabido que el tan festejado espectáculo de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing encerró un buen puñado de trampas: la niña que parecía que cantaba no cantaba, una parte de los fuegos artificiales que nos mostraron estaban pregrabados...
¿Y qué? Encargaron del montaje a un director de cine, y el director de cine se limitó a hacer lo que uno espera de un experto en ese oficio: cine. O sea, trampa. Porque las trampas –visuales, físicas, sentimentales– son la quintaesencia del cine. Todos sabemos que no fue Natalie Wood quien cantó las ultrarrománticas piezas de Leonard Bernstein en West Side Story, y nos hacemos cargo de que el intérprete de Superman no sabía volar, el pobre, y damos por hecho que Harrison Ford nunca ha pilotado una nave espacial.
El Gobierno de Beijing pensó inicialmente en encargar a Steven Spielberg la puesta en escena de la ceremonia del 8 del 8 del 8. ¡A quién y a Spielberg, uno de los más geniales tramposos de la historia del celuloide! ¿Se pensaba alguien que de montar aquello el director de Jaws iba a lograr que desfilaran tiburones de verdad? Al cine no le pedimos que no nos mienta, sino que nos mienta bien, y Zhan Yimou lo hizo con habilidad y con arte. Si hubo gente que se creyó que todo aquel juego de luz y sonido no era cine, es su problema.
A quien sí podemos poner a caldo por sus malas artes es a la manada de vividores que han concedido la organización de los Juegos Olímpicos a un Estado que, en este punto y hora, no reúne las condiciones necesarias para asumir una tarea de esa envergadura. Y no hablo sólo de las condiciones políticas y sociales, sino incluso de las meteorológicas (¡qué sauna, santo cielo!).
Han hecho trampa. Han cedido a la tentación de los muchos y muy rentables negocios que amagan por allí y de los cientos de millones de consumidores potenciales que atisban. A las ganas que tenían de inclinarse ante ese Gobierno que se disputa con los USA el campeonato mundial de la pena de muerte.
Esas trampas no son como las del cine. No están hechas para divertirnos. Y no tienen maldita la gracia.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (14 de agosto de 2008). También publicó apunte ese día: No hay memorias.