Es fantástica la ligereza con la que nuestros medios juzgan lo que sucede por esos mundos de dios y la poca relación que establecen entre esos criterios y lo que ocurre a dos palmos de nuestras narices. Ayer hablábamos de Corea del Norte, donde el culto a la personalidad de sus presidentes alcanza extremos ridículos. Pero, la misma gente que se mofa de los títulos pomposos que otorgan allí a sus líderes máximos, finge no darse cuenta de que aquí la Familia Real española vive envuelta en un régimen de adulación equivalente. En cierta ocasión, me tomé el trabajo de hacer el recuento de los muchos edificios oficiales, universidades, hospitales, calles, plazas, premios y hasta centros de salud mental que llevan el nombre de algún miembro de ese grupete.
Algo muy semejante sucede con lo que llaman “retórica”. Si Fidel Castro escribe un pequeño artículo sobre las medidas acordadas por Obama hacia Cuba, son “pura retórica” y “más de lo de siempre”. Pero, si se trata de un discursillo protocolario del Rey de España hay que decir que es, sin duda, obra propia y toda una aportación al debate.
No me gusta el estilo literario de Fidel Castro, pero no puede decirse que carezca de interés su punto de vista, desde el momento en que Obama ha tomado esas medidas de manera unilateral y trata de impulsarlas en una Cumbre a la que no asiste Cuba. Así, el tanto se lo apunta él solo.
Si Obama quisiera poner término al bloqueo sobre Cuba, no tiene más que declarar nulas todas las normas que se pusieron en pie para establecerlo. Y es lo que no ha hecho.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (18 de abril de 2009).