Hay comparaciones que, a fuerza de sacrificar las diferencias, acaban llevándonos a absurdos. Cuantificar lo que podría hacerse con el dinero gastado en un avión de combate (mejorando la calidad alimenticia en el Tercer Mundo, por ejemplo) no tiene demasiado sentido, porque ese dinero no se podría dedicar a fines de alimentación sin alterar la propia naturaleza de la inversión.
Conviene no confundir ese tipo de comparaciones con otro, probablemente más demagógico pero también más certero, como es el que establece que si vas matando gente, una a una y a pequeña escala, eres un asesino, pero que, si la matas a montones, enseguida te cubren el pecho de medallas y te llaman estratega.
El régimen de Pyongyang es víctima de las condenas internacionales más enérgicas porque tiene un potencial nuclear mínimo. A China, que es responsable del 72% de las penas de muerte que se ejecutan en el mundo, muchas de ellas dictadas sin nada que se parezca a un juicio justo, nadie se atreve a levantarle la voz porque tiene demasiado de todo, dejando de lado las libertades: demasiadas armas, demasiado poder adquisitivo, una industria muy pujante y, lo más importante, un potencial militar enorme. La República Popular, después de una cierta época de forcejeos, ya ha sido admitida en el club de los grandes y sigue adelante con su programa nuclear, pero Corea del Norte no puede promover el suyo, infinitamente más modesto, porque ya se sabe que aquel país es una pequeña dictadura. ¡Si al menos fuera una dictadura de tipo medio!
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (17 de abril de 2009).