Sayed Parwez Kambakhsh era un estudiante afgano de periodismo. Ahora es un preso del Gobierno de Kabul, condenado por blasfemo. Un tribunal dependiente de la Alianza del Norte, integrante del régimen instaurado tras la invasión militar norteamericana, lo ha condenado a 20 años de cárcel al encontrarlo culpable de haberse bajado de internet un texto sobre el papel de la religión islámica en la opresión de las mujeres. Era un artículo en el que se denunciaba entre otras cosas que, según la doctrina coránica, un hombre pueda tener cuatro esposas, pero la mujer sólo un marido.
Han leído ustedes bien. Ésa fue la acusación.
Al principio el tribunal debatió sobre la posibilidad de condenarlo a muerte, sin más. Un amigo mío que conoce muy bien aquella realidad me escribe: “Personalmente albergo dudas sobre si no será mejor la horca que 20 años en una mazmorra afgana”.
Parwez comparte una pequeña celda con una treintena de presos que cumplen penas por robo, asesinato y violación. A veces los carceleros les proporcionan algo de comida. Otras no.
En el juicio al que fue sometido a puerta cerrada, había un juez, un fiscal y tres soldados. Ni abogado defensor, ni familiares, ni testigos.
El Estado español tiene tropas en Afganistán que han sido enviadas para cumplir la “misión humanitaria” de defender los intereses de un régimen que permite, cuando no propicia, aberraciones como ésta, que no es la única, ni mucho menos.
El Parlamento Europeo, varios gobiernos de la UE, todas las organizaciones de defensa de los derechos humanos y la propia ONU han intercedido a favor de Parwez. El Gobierno español guarda silencio.
Éste no es un caso individual. Es un símbolo.
Javier Ortiz. El dedo en la llaga, diario Público (12 de enero de 2009). También publicó apunte ese día: Una entrevista.