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2007/08/27 03:00:00 GMT+2

Últimas voluntades

Se va a publicar un libro en el que, sacando partido de unos escritos personales de Teresa de Calcuta, se revela que la afamada monja tuvo dudas sobre la existencia de Dios durante buena parte de su vida. No se sabe a ciencia cierta en qué quedaron sus dudas, aunque su médico personal asegura que en sus tiempos postreros le dijo que «veía a Dios por todas partes». Y eso que estaba mal de la vista.

El asunto es que la religiosa dejó dicho que los papeles en cuestión fueran destruidos, pero no le hicieron caso.

Lo cual vuelve a poner de actualidad una vieja polémica: ¿es lícito desatender la última voluntad de una persona y utilizar su obra en un sentido distinto al ordenado por ella antes de morir?

Es bien conocido el caso de Franz Kafka, que rogó a su amigo Max Brod y a su novia, Doria Diamant, que destruyeran todos sus manuscritos cuando él muriera. Ella le hizo algo de caso –no mucho–, pero Brod en absoluto, gracias a lo cual conocemos la mayor parte de la creación del genial novelista checo, que en vida sólo publicó una de sus principales obras (La metamorfosis).

¿Hicieron bien o mal Diamant y Brod? Cabría decir que hicieron bien y mal. Que hicieron bien para la historia de la literatura, pero que se portaron mal con Kafka. Claro que, una vez que estás muerto, es difícil que se porten mal contigo, y el respeto por la memoria depende de la memoria que te guarden. En el caso de Kafka, se ve que Max y Doria consideraron que era genial, pero que a veces tenía ocurrencias absurdas, como ésa de destruir su obra y, como sabían que el hombre atravesaba con cierta frecuencia por momentos mentales un tanto peculiares, decidieron dar prioridad al genio.

Durante un tiempo sostuve que sólo hay que fiarse de los muertos, porque son los únicos que ya tienen definitivamente cerrada su biografía y no están en condiciones de dejarte con un palmo de narices cambiando de chaqueta. Llegué a esa conclusión tras sufrir algunas decepciones y quemarme la mano tras haberla puesto en el fuego por gente en la que habría hecho mucho mejor en no confiar. Pero la experiencia me ha demostrado que incluso ese criterio, por estricto que parezca, es demasiado laxo, porque tampoco resulta tan raro que, pasado el tiempo, nos enteremos de aspectos de la vida del difunto (curiosa paradoja) que habían estado ocultos y cuyo conocimiento nos fuerza a variar la consideración de su persona, o a matizarla, al menos.

Lo que no entiendo es por qué hay gente que se empeña en encargar a otros que cumplan su voluntad post mortem cuando podrían haberse asegurado de cumplirla en vida. Hay ocasiones en las que no queda otro remedio que esperar a morir para que se haga lo que quieres, y para eso están los testamentos, pero hay otras, como las que comento hoy,  que podrían haberse resuelto cuando los interesados deambulaban todavía por este valle de lágrimas. Si Teresa de Calcuta tenía el firme deseo de que fueran destruidos los papeles que recogían todas esas confesiones íntimas suyas, ¿por qué no los destruyó ella? Si otros han sido capaces de recopilarlos, también ella habría podido hacerlo. Del mismo modo: si Kafka no quería que su obra le sobreviviera, ¿por qué no la tiró a la chimenea entre tos y tos tuberculosa?

Tal vez yo sea muy retorcido, pero para mí que ninguno de los dos tenía muy clara su última voluntad.

Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título e idéntico contenido en El Mundo: Últimas voluntades.

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Nota.– El sábado pasado, en la tertulia de No es un verano cualquiera, de Radio Nacional, intervino un oyente para recordar los aspectos obviamente reaccionarios de la biografía de Teresa de Calcuta, subrayando el apoyo que prestó a causas y a mandatarios políticos más que nocivos para el pueblo que ella decía defender. Al final de su intervención, se identificó como lector de este blog. Sea quien fuere, mi felicitación por su apunte, breve y contundente.

Escrito por: ortiz.2007/08/27 03:00:00 GMT+2
Etiquetas: memoria teresa_de_calcuta kafka 2007 muerte apuntes | Permalink