A raíz de lo que he escrito sobre mi paso por la cárcel de Carabanchel, un par de lectores de este blog me han pedido que cuente mi experiencia carcelaria.
Lo haré tratando de no enrollarme demasiado.
Dejo claro que voy a referirme a cárceles, no a otro tipo de reclusiones, como las pasadas en celdas de comisarías y cuartelillos. Eso daría para mucho más.
Estuve, en primer lugar, en la cárcel de Martutene, junto a San Sebastián. En 1968. Muy poco tiempo; no creo que llegara a una semana. De aquella experiencia guardo sólo unas pocas anécdotas, casi todas divertidas.
La siguiente vez que ingresé en una cárcel fue en Girona. Me pillaron tratando de pasar clandestinamente la frontera por Núria, en el Pirineo catalán, en 1974. Iba con documentación falsa, a nombre de un estudiante de Calatayud, y me metieron en la cárcel asignándome su identidad. Me hice pasar por él durante un par de meses en la prisión de Salt. No los llevé muy bien, entre otras cosas porque el maestro de la cárcel era de Calatayud y se empeñaba en hablar conmigo de su pueblo, del que yo lo desconocía todo. Al cabo de ese tiempo se descubrió el pastel, porque el chaval cuya personalidad yo suplantaba quiso sacarse el pasaporte y le dijeron que no podían dárselo, porque estaba en la cárcel. En fin, un lío que habría sido cómico de no haber resultado bastante amargo.
Estuve varios meses en la cárcel de Girona, un coqueto edificio visto desde fuera y un chamizo repulsivo visto desde dentro. Allí me tocó presenciar algunas de las cosas más desagradables que he soportado en mi vida, que no detallaré para no amargaros el día. También allí +tuve la suerte de que el otro preso político que había, Xavier Corominas (porque sólo éramos dos), se aviniera a enseñarme catalán. Él sabe lo reconocido que le estoy por ello, pese a que he olvidado buena parte de sus enseñanzas. Con los años fue alcalde de Salt, que es que así son estas cosas.
Acabado el periodo de Salt, inicié un largo recorrido camino de Carabanchel. En aquella época, los traslados de presos (“conducciones”, los llamaban) llevaban su tiempo. Se hacían por etapas.
Mi primera etapa fue la cárcel Modelo, de Barcelona. Allí pasé varios días. Los funcionarios aprovecharon para robar todo lo que les interesó de mis pertenencias.
Desde Barcelona me llevaron a la cárcel de Lleida, cosa que me hizo ilusión, porque hay una canción popular catalana, que me gusta mucho y que habla de la presó de Lleida. Turismo cultural.
Cuando les dio la gana y les vino bien me depositaron en la cárcel de Torrero, en Zaragoza. Otra parada y fonda. En Torrero había un buen puñado de presos vascos y el régimen de vigilancia estaba muy relajado. Pude charlar con ellos e informarme de sus historias.
No acabo de reconstruir bien el periplo, pero creo que la siguiente etapa fue Alcalá. De esa cárcel no tengo el más mínimo recuerdo. Curioso: cero.
Pasado todo lo cual, ya llegué –me llegaron– a Carabanchel, donde estuve hasta mi puesta en libertad, en 1975.
Ahí tenéis, brevemente descrito, mi historial carcelario.
En otra ocasión, si se tercia, hablaremos de calabozos. Los he conocido de todo tipo. Hasta alemanes. Pero ése es otro rollo.
Comentarios
un saludo, don javier, buen fin de semana a todos.
Escrito por: oscar.2008/10/24 07:32:35.817000 GMT+2
Escrito por: Nkeer.2008/10/24 12:37:44.028000 GMT+2
Además, no sólo gozaste de la legendaria presó de Lleida, sino que ayudaste a preservar su fama, no en vano "A la ciutat de Lleida/n'hi ha una presó/de presos mai n'hi manquen.".
Escrito por: Fransmestier.2008/10/24 19:51:54.650000 GMT+2
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