El pasado jueves me tocó presentar en Santa Cruz de Tenerife una conversación pública en la que contaba con tres personas invitadas. Dos mujeres deportistas (las hermanas Ruano, reiteradas campeonas del mundo de windsurf) y un director de cine, Juan Carlos Fresnadillo, que también está actualmente en la cresta de la ola, gracias al éxito mundial que está obteniendo su película “28 Semanas Después”.
A la hora de referirme al terceto dije: “Nuestras invitadas…”.
A mi buen amigo Gervasio Guzmán le pareció mal. “Ya te me has puesto feminista…”, me reprochó. “No, Gervasio”, le respondí. “Me he puesto demócrata, sin más. Ellas son dos y él es uno. Si la mayoría es femenina, hay que partir de ese hecho”.
Hace más de veinte años, cuando sacamos el diario Liberación, tuve una polémica del mismo estilo. Había que poner título a la acción de un grupo huelguista. Era una fábrica que contaba con algo así como 140 trabajadoras manuales y con tres trabajadores de oficinas. Yo escribí: “Las trabajadoras de…” (no recuerdo cómo se llamaba la fábrica). Un compañero me dijo: “Debes poner ‘los trabajadores’. Hay tres hombres”. ¡Tres contra 140! Le respondí lo mismo que el pasado jueves: “Lo siento, pero soy demócrata. Me atengo a la relación de mayorías y minorías”.
Al acabar el acto, Gervasio volvió a la carga. «El español tiene sus reglas, y no puedes desconocerlas. Por muchas mujeres que haya, si hay un hombre, el plural es ‘los’», insistió.
Traté de explicarle que no desconozco nada; que la cuestión es que no estoy de acuerdo, y que a veces adopto determinadas actitudes para llamar la atención sobre aquello que se supone que es “natural”, sin serlo, a lo que me opongo. «El lenguaje es reflejo de las relaciones de dominación: de poderosos sobre débiles, de ricos sobre pobres, de hombres sobre mujeres… Si no lo denuncias, si no te rebelas, ayudas a perpetuarlo», le dije.
Gervasio argumentó que no tengo la más mínima posibilidad de cambiar eso. ¡Valiente razón! ¡Como si yo me creyera que estoy en condiciones de cambiar las demás cosas contra las que me rebelo!
Allá por los inicios de la década de los setenta del pasado siglo, una escritora americana –lo he contado otras veces– inició un texto escribiendo: “En los orígenes de la Historia de la mujer (y cuando digo “la mujer” incluyo, por supuesto, a los hombres)…”
Me pareció genial.
Son muchos los graciosos (e incluso las graciosas) que hacen mofa de la costumbre que tiene el lehendakari Ibarretxe de decir “los vascos y las vascas”. Admito que hay fórmulas menos cansinas y forzadas, que son igualmente útiles a los efectos y que podría utilizar. Pero respeto su esfuerzo, que alguna vez he comentado con él. Le importa un bledo que lo ridiculicen por eso. “Lo que no se nombra no existe”, dice, retomando una fórmula a la que es muy aficionada Charo, mi compañera de fatigas.
Gervasio es muy sensible a determinadas situaciones de injusticia: Primer Mundo contra Tercer Mundo, oligarcas contra trabajadores… En cambio, no parece que las relaciones de dominación que expresa el lenguaje le conmuevan demasiado.
Quizá tenga algo que ver el hecho de que es hombre y que no parece que eso le moleste nada.
Nota de edición: Javier publicó una columna con el mismo título en El Mundo: Lenguaje masculino.